Leonardo Boff
La pandemia del coronavirus nos obliga a todos a pensar: ¿qué es lo que cuenta verdaderamente, la vida o los bienes materiales? ¿El individualismo, todo para sí, de espaldas a los demás, o la solidaridad de los unos con los otros? ¿Podemos seguir explotando, sin ninguna consideración, los bienes y servicios naturales para vivir cada vez con mayor confort o podemos cuidar la naturaleza, la vitalidad de la Madre Tierra y el vivir bien, que es la armonía entre todos y con los seres de la naturaleza? ¿Ha servido para algo que los países amantes de la guerra acumulasen más armas de destrucción masiva, y ahora tienen que ponerse de rodillas ante un virus invisible evidenciando lo ineficaz que es todo ese aparato de muerte?
¿Podemos continuar con nuestro estilo de vida consumista, acumulando riqueza ilimitada en pocas manos a costa de millones de empobrecidos y miserables? ¿Tiene sentido que cada país afirme su soberanía, oponiéndose a la de los otros, cuando deberíamos tener una gobernanza global para resolver un problema global? ¿Por qué no hemos descubierto todavía la única Casa Común, la Madre Tierra, ¿y nuestro deber de cuidarla para que todos podamos caber en ella, naturaleza incluida?
Son preguntas que no pueden ser evitadas. Nadie tiene la respuesta. Una cosa sin embargo, atribuida a Einstein, es cierta: “la visión de mundo que creó la crisis no puede ser la misma que nos saque de la crisis”. Tenemos forzosamente que cambiar. Lo peor sería que todo volviese a ser como antes, con la misma lógica consumista y especulativa, tal vez con más furia aún. Ahí sí, por no haber aprendido nada, la Tierra podría enviarnos otro virus que tal vez pudiera poner fin al desastroso proyecto humano.
Pero podemos mirar la guerra que el coronavirus está produciendo en todo el planeta, bajo otro ángulo, este positivo. El virus nos hace descubrir cuál es nuestra más profunda y auténtica naturaleza humana. Ella es ambigua, buena y mala. Aquí veremos la dimensión buena.
En primer lugar, somos seres de relación. Somos un nudo de relaciones totales en todas las direcciones. Por lo tanto, nadie es una isla. Tendemos puentes hacia todos lados.
En segundo lugar, como consecuencia, todos dependemos unos de otros. La comprensión africana “Ubuntu” lo expresa bien: “yo soy yo a través de ti”. Por tanto, todo individualismo, alma de la cultura capitalista, es falso y antihumano. El coronavirus lo comprueba. La salud de uno depende de la salud del otro. Esta mutua dependencia asumida conscientemente, se llama solidaridad. En otro tiempo la solidaridad hizo que dejásemos el mundo de los antropoides y nos permitió ser humanos, conviviendo y ayudándonos. En estas semanas hemos visto gestos conmovedores de verdadera solidaridad, no dando solo lo que sobra sino compartiendo lo que se tiene.
En tercer lugar, somos seres esencialmente de cuidado. Sin el cuidado nadie podría subsistir. Tenemos que cuidar de todo: de nosotros mismos, de lo contrario podemos enfermar y morir; de los otros, que pueden salvarme o salvarles yo a ellos; de la naturaleza, si no, se vuelve contra nosotros con virus dañinos, con sequías desastrosas, con inundaciones devastadoras, con eventos climáticos extremos; de la Madre Tierra, para que continúe dándonos todo lo que necesitamos para vivir y para que todavía nos quiera sobre su suelo, siendo que, durante siglos, la hemos agredido sin piedad. Especialmente ahora, todos debemos cuidarnos, cuidar a los más vulnerables, recluirnos en casa, mantener la distancia social y cuidar la infraestructura sanitaria, sin la cual presenciaremos una catástrofe humanitaria de proporciones apocalípticas.
En cuarto lugar, descubrimos que todos hemos de ser corresponsables, es decir, ser conscientes de las consecuencias benéficas o maléficas de nuestros actos. La vida y la muerte están en nuestras manos, vidas humanas, vida social, económica y cultural. No basta la responsabilidad del Estado o de algunos, debe ser de todos, porque todos estamos afectados y todos podemos afectar. Todos debemos aceptar el confinamiento.
Finalmente, somos seres con espiritualidad. Descubrimos la fuerza del mundo espiritual que constituye lo más Profundo de nuestro ser, donde se elaboran los grandes sueños, se hacen las preguntas últimas sobre el significado de nuestra vida y donde sentimos que debe existir una Energía amorosa y poderosa que impregna todo, sostiene el cielo estrellado y nuestra propia vida, sobre la cual no tenemos el control. Podemos abrirnos a Ella, acogerla, confiar en que esa Energía amorosa nos sostiene en la palma de su mano y que, aún con todas las contradicciones, garantiza un buen final para todo el universo, para nuestra historia sapiente y demente, y para cada uno de nosotros. Cultivando este mundo espiritual nos sentimos más fuertes, más cuidadores, más amorosos, en fin, más humanos.
Sobre estos valores nos es concedido soñar y construir otro tipo de mundo posible, centrado en la vida, en el cual la economía, con otra racionalidad, sustenta una sociedad globalmente integrada, fortalecida más por alianzas afectivas que por pactos jurídicos. Será la sociedad del cuidado, de la gentileza y de la alegría de vivir.
Sugerencias
Dado que la cuarentena es un retiro forzado, algunas sugerencias para la dimensión espiritual de la vida: