Javier Melloni s.j.
Estamos ante un éxodo colectivo que nos está acercando los unos a los otros de una manera nueva, sin igual. Una extraña cercanía, porque no puede ser física, y sin embargo nos sentimos más cerca unos de otros que nunca: con los compañeros de comunidad, con los que colaboran con nosotros de diferentes modos, con los vecinos de nuestro barrio y de nuestra ciudad, con el país, con el mundo, con las difíciles decisiones que han de tomar los políticos, con todo el cuerpo de salud y con toda la cantidad de gente cuyos servicios damos por supuesto en nuestra sociedad tan anónima y que ahora empiezan a tener rostro. Nos sentimos hermanados más que nunca, y agradecemos lo que hacemos unos por otros.
A su vez, necesitamos tomar perspectiva y darnos cuenta de que tal vez estamos viviendo, de un modo colectivo, lo que sucedió a Ignacio de Loyola: una bomba segó su pierna en plena batalla y se detuvo. Fue forzado a un confinamiento, de unos nueve meses. Las primeras semanas se debatió con el dolor y con la muerte, pero luego empezó a abrirse en él algo diferente y de ese tiempo nació un hombre nuevo. ¿No es esta la oportunidad que se nos está dando como sociedad, incluso como civilización? ¿No es una bomba la que ha segado nuestra carrera imparable, el galope de un gigante que nadie podía detener?
De pronto hemos sido inmovilizados por unos pequeños virus que ni siquiera vemos y el gran coloso ha caído. El mundo que creíamos invulnerable no lo es. Confusos y aturdidos, con dolor y con temor, estamos postrados en cama, cada cual en la suya (porque cada uno tiene que hacer su propio proceso) pero todos en la misma habitación, porque esta postración nos afecta y nos atañe a todos.
Habrá que pasar por todas las fases de este trance. No nos podremos saltar ningún paso porque la Vida tiene sus leyes y la Vida es maestra. Procede de Dios y nada es ajeno a Él, sino que todo es manifestación suya. También esta situación. Ignacio necesitó su tiempo para comprenderlo. Al comienzo tuvo que lidiar con la fiebre y el dolor de sus heridas; cuando se empezaron a calmar, primero buscó entretenerse y finalmente fue hallado por Quien le buscaba a él a través de esa herida.
Lo que al inicio vivió como una derrota y un fracaso, fue su segundo nacimiento. Como Ignacio, tal vez tratemos al comienzo de entretenernos leyendo libros que nos evadan de nuestro verdadero combate; o tal vez ya nos hemos puesto a leer textos verdaderos, textos revelatorios que nos devuelvan a nosotros mismos para disponernos a Escuchar.
Lo nuevo es que no se trata de una situación individual, sino colectiva y civilizatoria. Es ahora cuando se nos da la oportunidad de ponernos realmente a Escuchar y a discernir los signos. Pero no solos, sino juntos. Tal vez esta sea la diferencia fundamental con respecto a Ignacio. Como le sucedió a él, el reto está en pasar de un confinamiento forzado a un retiro libremente elegido.
Disponemos de muchas herramientas para convertir este confinamiento colectivo en un retiro compartido, en unos Ejercicios colectivos de discernimiento y [re]conversión. Son muchos los elementos, muchos los planos y niveles que están en juego. Ignacio empezó a ponerles nombre en su lecho convaleciente de Loyola. Allí aprendió a discernir. Pero fue solo cuando le detuvieron de una forma abrupta y dura. Él no lo hubiera hecho por propia iniciativa. Tampoco nosotros, tampoco nuestra sociedad estaba dispuesta a hacerlo.
Bendito confinamiento si nos sirve para recibir una luz y un conocimiento que no teníamos y bendita situación si nos ayuda a recibirla y descubrirlo juntos. Más que nunca nos necesitamos unos a otros. La luz de uno es luz para todos.