III Domingo de Pascua

26/04/2020
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Pbro. Lic. Aurelio González Rodríguez

La Palabra interpretada por la Palabra, el Verbo hecho carne, se convierte en alimento para sus corazones

En el tercer domingo de pascua la liturgia de la Iglesia nos ofrece una bella historia: la narración de dos discípulos que apesadumbrados regresaban a Emaús, al sentir frustradas sus esperanzas de ver resucitado al que había sido su maestro, según él mismo lo había prometido.

Esta narración es eminentemente lucana: Por una parte, es el único evangelista que la atestigua; pero, por otra, el estilo es claramente característico de este autor, que se distingue por la habilidad de retratar literariamente las escenas. Efectivamente, al leer la historia de los discípulos de Emaús, no es difícil imaginar el momento y los lugares pero, sobre todo, no es difícil empatizar con las actitudes y los sentimientos que habría en el corazón de los personajes que intervienen.

El Papa Francisco, en su homilía del domingo anterior, ha expresado que en el primer domingo de pascua contemplábamos la resurrección de Jesús, y que el segundo domingo de pascua contemplábamos la resurrección del discípulo. Siguiendo con esta relación, podemos decir que en el tercer domingo de pascua contemplamos la resurrección de Israel. Esto es, porque la historia de los discípulos de Emaús en su encuentro con Jesús resucitado, teológicamente hablando, es una catequesis sobre Israel en la Historia de la Salvación, el pueblo que fue preparado por los profetas para que reconociera en el misterio de Jesús el cumplimiento de las promesas mesiánicas.

En los dos discípulos aparece retratado Israel que se resiste a creer que efectivamente en Jesús de Nazaret, a quien vieron morir en la cruz, Dios da cumplimento a las promesas mesiánicas. La prueba de que así fuera, es la resurrección, pero van tres días de su muerte y nada había sucedió, y parece que nada sucedería; por eso frustrados regresan a Emaús.

Jesús se empareja en sus caminos y les explica las escrituras, de tal forma que la Palabra interpretada por la Palabra, el Verbo hecho carne, se convierte en alimento para sus corazones que arden de fe. Y es la Palabra la que abre sus ojos para que reconozcan que el mismo que les habla es el que se ofrece en la fracción del pan.

La Iglesia es el nuevo Israel. Los creyentes de hoy buscamos experimentar desde nuestro encuentro con Jesús la salvación que solo Dios da a la humanidad. Pero continuamente nos sentimos apesadumbrados y vivimos la fe con frustración. Hoy Jesús se empareja a nuestro camino y nos pregunta, ¿de qué hablan? La respuesta más simple será decirle: “Del coronavirus”.

En medio de tantas dudas y cuestionamientos que legítimamente nos hacemos, él nos invita a introducirnos a las Escrituras y encontrar en ellas a la Palabra de vida que nos devuelve la esperanza y hace que ardan nuestros corazones. Porque en la Palabra, leída a la luz de la misma Palabra, que es Él, encontraremos la certeza de que Dios cumple sus promesas de salvar a la humanidad.

En estos días no podemos comulgar sacramentalmente en la fracción del Pan, pero sí podemos comulgar la Palabra recibiendo como alimento al mismo Misterio, que nutre a su pueblo desde las diversas maneras de estar presente entre nosotros. Y desvelados nuestros ojos por la Palabra, lo reconoceremos en nosotros mismos, llamados a ser pan, que se fracciona y se ofrece en alimento para los que tienen hambre… “y cómo lo habían reconocido en la fracción del pan”.

Oración

Forastero, en este ayuno eucarístico por la pandemia, alimenta nuestros corazones con el pan de la Palabra para que, como los discípulos de Emaús, te reconozcamos en la fracción del pan, en la fracción de nosotros mismos, siendo alimento para los demás.

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