Pbro. Lic. Aurelio González Rodríguez
En el cuarto domingo de Pascua somos invitados a contemplar a Jesús resucitado a través de la figura del buen pastor, símbolo de protección y cuidado; el pastor es una figura de honda riqueza espiritual en las culturas y religiones desde la antigüedad. En el Antiguo Testamento los profetas de Israel se valen de la figura del pastor para denunciar el comportamiento abusivo de los malos y falsos dirigentes, así como para anunciar la venida del mesías, a la manera de un pastor bueno.
El texto del evangelio que la liturgia de la Iglesia nos propone tiene un doble simbolismo: el pastor y la puerta. En la primera parte, versículos 1-6, Jesús se autodefine como un pastor; mientras que en la segunda parte, versículos 7-10, se autodefine como una puerta; ambas figuras ofrecen elementos significativos de carácter catequético acerca de la relación que los creyentes hemos de vivir con Jesús.
En la primera parte, que corresponde a la figura del pastor, tenemos la descripción de tres elementos. Primero nos advierte sobre el reprobable comportamiento de quien es un falso pastor, el cual no entra por la puerta del corral, busca formas escondidizas para penetrar; así Jesús denuncia las intenciones deshonestas, cuando a causa de nuestras dobles intenciones, no somos capaces de ser auténticos y transparentes. Quien vive en la simulación, declara Jesús, es un ladrón y bandido, no solo por lo que pueda arrebatar de las ovejas, sino porque se hace pasar por alguien que en realidad no es.
El segundo elemento que encontramos en el texto, es la descripción del buen pastor, valiéndose Jesús de seis características: entra por la puerta, el portero lo reconoce y le abre la puerta (el portero puede ser el Padre), es dueño de las ovejas, las llama por su nombre, las saca fuera y camina adelante de ellas; a través de esta descripción hay toda una propuesta de vida para quienes tenemos la responsabilidad de acompañar a otras personas, sea en lo familiar, en lo social o en lo religioso.
El tercer elemento se refiere a la descripción del comportamiento de las ovejas en su vínculo con el pastor: escuchan, conocen su voz y lo siguen; integra algo importante: al extraño no lo siguen, no reconocen su voz y huyen de él.
En la segunda parte del texto contemplamos a Jesús resucitado desde la figura de la puerta; en realidad la puerta en las culturas antiguas es un espacio estratégico de defensa en las ciudades amuralladas. Jesús es una puerta siempre abierta, la cual permite al creyente una triada de acciones verbales: entrar, salir y encontrar alimento.
La crisis emocional por la pandemia implica a los cristianos un continuo discernimiento, porque a los oídos llegan voces extrañas. Viviremos en mayor fidelidad, si buscamos el alimento que sólo él nos ofrece, con la certeza de que en el ayuno de la Eucaristía sacramental, somos nutridos por la Palabra, que es oasis de pasto verde y fuente de agua cristalina. Quienes somos pastores, en cualquier campo, nos hemos de preguntar si, en las circunstancias actuales, estamos siendo auténticos pastores, o si con nuestras formas de proceder, somos denunciados por el evangelio como ladrones y bandidos.
Oración
Jesús, pastor bueno y puerta siempre abierta, inspira en nuestros corazones el don del discernimiento, para que te reconozcamos como único pastor, y frente a las murallas que nos encierran, te encontremos como puerta que se abre para darnos la salvación.