Gerardo Villar
En una cadena de televisión española, que transmite una eucaristía, escucho y veo en la predicación que el cura invita a “hacer una movida celestial”. Va a consistir en que las personas de todo el país envíen estampas con las imágenes de vírgenes y santos. Y a la vez que les hagan rezos y novenas, para que haya una movida enorme en el cielo y consigan echarnos una mano y superar el coronavirus.
Admiro al predicador, su ánimo y su imaginación. Pero igual, una vez que van pasando tan lentamente los días y van muriendo tantas personas, habrá quien le diga al cura que Dios, los santos y María no nos han hecho caso aunque sí que han llegado cientos de estampas.
Si entendemos la oración como encuentro personal con Dios amoroso y bueno, será por supuesto, dialogar con Jesús en nosotros mismos. Pero no para pedirle la curación, sino para compartir con Él, para escucharle lo que nos comunica, para oír su petición de ayuda en los que sufren, para sentirnos queridos por Él y conectados a su Vida.
Puede parecer que nuestra oración no sirve porque no conseguimos el éxito. Pero eso que pedimos le corresponde a la naturaleza. Porque el éxito puede ser, no la desaparición del virus, sino nuestra actitud de ayuda, buscar con los científicos la vacuna, apoyar y luchar por una salud buena, apoyar a las personas de los países más pobres, ayudar a quienes están solos, descubrir que, aunque tengamos que vivir la enfermedad e incluso la muerte, no por eso vamos a sentirnos abandonados de Dios, sino todo lo contrario.
Si me lo permiten, yo sí creo que ha habido y hay una gran movida humana de tantas personas trabajando por el bien común. Y además, de ahí nos pueden venir las grandes lecciones y compromisos hacia una sociedad nueva. Y lo que ocurre en la tierra, es movida celestial, pues aquí está el Padre.
Pedimos superar la enfermedad, pero no porque la echemos, sino porque la vivamos como elemento de maduración, de crecimiento, de experiencia de Dios.
En el Padre Nuestro no pedimos que nos quite la tentación, la dificultad, el problema, el dolor, sino que nos ayude a no caer en su pesimismo, en su derrota, en su tristeza.
Jesús -como dice el papa Francisco- presenta al Padre sus llagas gloriosas. Y nosotros, con Jesús. Vivimos la experiencia de que nuestras llagas, nuestros dolores, nuestros problemas, nuestras debilidades también son gloriosos. Lo vivimos en paz y alegría porque al ver y contemplar estas actitudes de amor, ayuda, serenidad, entrega, entonces sí que hay una gran movida en el cielo. Aun sin estampas, porque cada santo pone su actitud, su alegría, su testimonio. Y sobre todo, porque no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables y El sabe lo que nos conviene.
La gran movida, no de estampas y rezos de novenas, sino la de esa gran confianza descubriendo y experimentando la presencia y la acción de Dios en nosotros.