Monseñor Enrique Díaz Díaz
Obispo de la Diócesis de Irapuato
Los Primeros Santos Mártires de la Iglesia Romana
¿No nos ha acontecido alguna vez que hemos gritado al Señor que dónde se esconde pues solamente vemos tempestades y oscuridad?
¿No hemos tenido la tentación de pensar que el Señor está dormido y no hace caso a los graves peligros que amenazan a sus seguidores?
Es curioso. Apenas ha manifestado, a quienes pretenden seguirlo, todos los riesgos que implica el ir tras sus pasos, cuando aparecen las tempestades. Y lo más triste es que Jesús estaba dormido.
La tranquilidad que manifiesta Jesús en la narración contrasta con los azotes que recibe la barca y con los temores que agobian a sus discípulos. Me parece que la tempestad del evangelio tiene un simbolismo muy cercano en nuestros días por las situaciones que amenazan a los discípulos de Jesús, a tal grado que muchos se preguntan si todavía sigue en la barca Jesús, si está dormido o si será mejor abandonar también la empresa.
Dos actitudes muy bellas se nos ofrecen como respuesta.
Primeramente, la oración angustiosa elevada, gritada, por sus discípulos.
Parecería inútil gritar a quien está junto a ellos en el mismo peligro, sin embargo, es la señal de ponerse en sus manos: “Sálvanos, que perecemos”.
Es reconocer la impotencia y la debilidad frente a las tormentas y confiarse al poder y al amor de Jesús.
Sólo cuando se reconoce la propia inutilidad se está en posibilidades de abandonarse en manos de Dios.
La respuesta por parte de Jesús también tiene una respuesta a las angustias y a las dificultades presentes:
¿por qué tienen miedo, hombres de poca fe?
Son las dos características del hombre actual: el miedo y la falta de fe.
¿Una, consecuencia de la otra?
¿Una primero que la otra?
Son las realidades que al hombre moderno, que tanto se ufana de sus seguridades, más le atormentan. Miedo al futuro, miedo a los peligros, miedo a los otros, miedo al sufrimiento. Y quizás en la raíz de todos estos miedos esté la falta de fe. De una verdadera fe que es entrega y compromiso, que es donación plena de la vida, y seguridad en quien hemos confiado.
Que este día también nosotros estemos dispuestos a afrontar las tempestades no confiando en nuestras propias fuerzas ni con nuestros propios métodos, sino confiando en el amor y la cercanía de Jesús.
Santos Pedro y Pablo, apóstoles.
San Pedro y San Pablo: dos santos, dos discípulos, dos columnas de la Iglesia. También son dos formas de vivir a plenitud el amor y el seguimiento de Jesús.
Pedro en muchos momentos aparece como el modelo del discípulo, con su atrevimiento y su ímpetu, con sus posturas erradas y sus ambiciones, con su entrega generosa y desinteresada.
Pablo, incansable, abre nuevas fronteras al camino del Evangelio y lo lleva por caminos insospechados.
Ambos se tuvieron que enfrentar en su misión apostólica a dificultades de toda clase, pero lejos de abandonar su actividad, las dificultades reforzaron su celo por la nueva Iglesia y la salvación de todos los hombres. Fueron capaces de superar cada obstáculo porque la verdad no está basada en aspiraciones humanas sino en la gracia de Dios, que libera a sus amigos de cada peligro y que los salva para su reino.
Hoy nosotros podremos sentirnos seguidores y continuadores de estos dos grandes apóstoles, no basados en nuestras propias fuerzas, sino en la gracia del Señor.
¿Serán más graves las dificultades que ahora padecemos que las de su tiempo?
¿No tenemos el ímpetu y las fuerzas necesarias para afrontar las dificultades actuales?
Pedro se enfrentó a las caducas interpretaciones de la ley del pueblo judío, él mismo tuvo que cambiar su pensamiento sobre el Mesías y conformar su pensamiento con el de Jesús. ¡Cómo sufrió en esta transformación!
Pablo, tuvo que dejar todas las seguridades que la daba la doctrina farisea y abrirse a un mundo nuevo: la nueva religión, el nuevo camino, “el paganismo”.
Ambos hicieron un camino nuevo, diferente, despojándose de lo que eran y tenían para transformarse en Jesús, a tal grado que Pablo se llega a identificar plenamente con Cristo y Pedro asume su lugar en la dirección de la Iglesia.
Conversión, dejar seguridades atrás, abrirse a la gracia del Señor, permanecer fieles a pesar de los obstáculos y una apertura a un mundo nuevo, son también las enseñanzas para cada uno de nosotros.
¿Seremos capaces de renovarnos y vivir al estilo de estos dos grandes apóstoles?
Jesús, hombre de conflicto
Al terminar la misa dominical, se acerca un hombre de mediana edad y me suelta la pregunta, así de repente: “¿Se puede vivir realmente el Evangelio? Cuando lo escucho aquí en la misa, me parece tan clarito, tan sencillo… pero después, cuando tengo que llevarlo a la vida diaria me parece exagerado, exigente y difícil de compaginarlo”. Y me explica una serie de situaciones que en su trabajo le cuestionan, sobre todo la corrupción y las injusticias. “Cuando logramos que detengan a un criminal parece que estamos jugando a las puertas giratorias. Por un lado entran y por otro salen. Y todo con complicidades y trampas... Y muchas presiones para quienes no nos prestamos al juego. A veces estoy a punto de tirar la toalla y aprovechar también yo la situación… pero se que a Jesús no le agrada la corrupción. Es difícil ser fiel, pero lo intento sinceramente” Sólo lo he escuchado. Él ya tiene las respuestas. La propuesta de Jesús es exigente.
Quien quiera encontrarse con un Jesús bonachón está muy equivocado. Es misericordioso y muy cercano pero no bonachón. Para Jesús no hay ambigüedades, todo tiene que ser muy claro y contundente: o se está con Él o no se puede decir que seamos sus discípulos. Nosotros estamos acostumbrados a hacer componendas y a arreglar los problemas por “abajito” o en lo “oscurito”, es decir, sin la claridad ni la verdad necesarias. Hoy nos decimos discípulos de Jesús pero no luchamos por la vida, por la justicia y por la verdad. A veces queremos esconder esta radicalidad del Evangelio de Jesús en estructuras, en costumbres y en apariencias. Sin embargo las palabras de Jesús suenan fuertes y exigentes: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”. Y recordemos lo que significa la cruz de Jesús: una entrega plena para que todos los hombres tengan vida. Y este sería el parámetro para juzgar si somos verdaderos discípulos de Jesús: si nos afanamos y luchamos porque todos los seres humanos tengan vida en plenitud. Si nuestro esfuerzo es por el cuidado y la construcción de una casa común para todos los hombres, donde cada persona pueda vivir con dignidad, con las garantías suficientes de seguridad, de educación, de alimentación y de salud. Sólo entonces nos podremos decir discípulos de Jesús.
Hay personas que han entendido plenamente la radicalidad del seguimiento de Jesús como San Pablo, que aun en medio de las graves agresiones y amenazas lo vivía con alegría y esperanza. Hoy les descubre a los Romanos la experiencia que lo sostiene y anima: “Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo… para que llevemos una vida nueva”. Hay estructuras de muerte y estructuras de vida. San Pablo afirma que tenemos que morir a esas estructuras que en sí mismas encierran la muerte, que no conducen al Reino, sino que llevan el signo del pecado y de la destrucción. Las estructuras del mundo “parecen” dar vida, pero la ofrecen incompleta y solamente para unos cuantos. Sin embargo nos fascinan y se meten en nuestro corazón como ideales y fuerzas opositoras a lo que quiere Jesús. Pablo lo entiende y lo vive de un modo radical a tal grado que se dice muerto para el mundo, pero con una vida de plenitud en Jesús. Y cada uno de nosotros también somos llamados a seguir en este mismo estilo a Jesús. Descubrir lo que Él ha hecho por nosotros, enamorarnos de su ideal y sostenernos a pesar de las dificultades. Las advertencias que hoy nos hace Jesús no tienen la finalidad de destruir la familia o de despreciar el respeto a los padres o a los hijos. Nos quieren mostrar que el amor a la verdad y al reino no puede detenerse en los lazos convencionales, sino se basa en el verdadero amor.
Jesús es el hombre que sabe vivir en medio del conflicto con tal de construir el Reino. Seguir a Jesús exige una renuncia radical y hasta la muerte a nuestros propios instintos y ambiciones. No va en contra de la búsqueda de felicidad y de plenitud de vida, sino en contra de una vida incompleta y de una vida falsa que pone sus cimientos en el poder, en el placer o en los bienes. Y esto nos puede provocar conflictos como lo comprueban claramente quienes optan abiertamente por la defensa de la vida y de la dignidad de toda persona. Parecería sencillo, pero igual que Jesús, tienen que enfrentarse con todos los que cometen tantas agresiones contra la vida, ya sean los poderes comerciales, económicos, políticos o simplemente los agentes del terrorismo que por todos los caminos de nuestra patria pululan impunemente. Defender la vida hoy, al igual que en tiempos de Jesús, puede ofrecer sus peligros, pero el verdadero discípulo está dispuesto a afrontar esos riesgos una y otra vez sin desmayar porque ha puesto su confianza en Jesús. Jesús nos anima asegurándonos su presencia y que quien recibe a sus seguidores a Él mismo lo recibe.
La apertura al otro es el comienzo del camino hacia el reino porque el amor es el fundamento de la misión. Nosotros experimentamos la dificultad de acoger al otro, al extraño o al vecino; al padre anciano o al hijo concebido; al enfermo crónico o al terminal; al que es distinto de nosotros. Acoger al otro es correr un riesgo, como nos dicen los países que tienen que recibir a los miles de expulsados por la guerra y el hambre. Sin embargo también es una oportunidad y un descubrimiento pues el amor crece y el encuentro convierte al “otro” en oportunidad para enriquecerse. Recibir al otro es recibir a Cristo. Así le sucedió a la sunamita que al abrir su corazón y su hogar, encontró la recompensa de una bendición. Así sucede cada vez que logramos descubrir en el rostro del otro, los rasgos del rostro de Jesús. Para construir el Reino necesitamos necesariamente abrir nuestro corazón a los hermanos y pensar cómo lo haría Jesús.
¿Qué “arreglos y componendas” hacemos nosotros que traicionan el Evangelio? ¿Cuál es mi actitud frente a los desconocidos y extraños? ¿Qué me exige hoy el Evangelio de Jesús?
Padre de bondad, que por medio de tu gracia nos has hecho hijos de la luz, concédenos vivir fuera de las tinieblas del error y permanecer siempre en el esplendor de la verdad.
Amén.
San Cirilo de Alejandría
Cuando todo parece está oscuro y se presentan signos de tormentas, ¿Qué nos podrá sostener en medio de la tempestad? Seguramente serán el espíritu de fe, una plena confianza en Dios.
Debemos ponernos plenamente en sus manos, no volver a confiar en nuestras propias fuerzas, no caminar sin su guía, a pesar del aparente precio que tengamos que pagar.
Es la fe que hoy nos muestra el oficial romano frente a la enfermedad de su criado. Ya es una gran señal que un oficial se ocupe de sus subordinados, además se necesitará una fe muy firme para “rebajarse” a suplicar que un nazareno cualquiera vaya a curarlo, pero además la narración de San Mateo, nos hace admirar más esta fe porque no sólo confía en sus poderes curativos, sino tiene una gran seguridad en la Palabra que Él diga.
Las palabras que dice el oficial, se han convertido en las palabras que en la Eucaristía presentamos para que Cristo venga a nuestro corazón. No somos dignos de que entre en la casa, pero con su palabra quedaremos sanos.
Con mucha insistencia el Papa Francisco ha pedido a los sacerdotes y a todos los fieles, la conversión de cada uno en el misterio que se celebra: “sean lo que celebran”. Es decir, sean Eucarística, sean presencia, sean sanación, sean vida. Pero esto será posible solamente si tenemos esa fe como la del oficial romano.
Retomemos hoy estas palabras y permitamos que se aniden en nuestro interior: pedir que venga el Señor y que todo será sano, no porque seamos dignos, sino porque Él nos ama tanto que es capaz de hacernos morada suya.
Tenemos que redescubrir este sentido y acercarnos cada día a la Eucaristía con estos sentimientos, con la certeza de que Él podrá sanarnos y con la firme convicción que nos convertiremos en su morada.
Después, la Eucaristía no termina con la bendición del sacerdote, inicia su cumplimiento para llevar salvación a todos los que se encuentran con nosotros.
Nuestras manos, nuestros ojos, nuestros pies, deberán reflejar que somos presencia, morada, de Jesús hecho pan. Debemos nosotros mismos transformarnos en pan vivo que alimenta, que comparte, que une.
¿Cómo vivimos nosotros la Eucaristía?
Siempre ha habido personas que son marginadas por la sociedad. Los pretextos son muchos: la enfermedad, la diferencia de raza, la diferencia de clase o posición, la diferencia de credo… y estos días han sido graves los acontecimientos suscitados por problemas de discriminación.
Muchos pretextos sirven para hacer a un lado a quienes son hermanos nuestros. Así, además de sus carencias tienen que sufrir el desprecio y el abandono de los que son sus hermanos.
En tiempos de Jesús entre estos grupos se encontraban los leprosos que no solamente tenían que soportar su enfermedad, sino que eran considerados impuros y pecadores, y se les condenaba al destierro y la marginación.
Cristo no teme acercarse a ellos. Cristo escucha su súplica y lo toca para restituirlo y hacerlo parte nuevamente de la comunidad.
Hoy al contemplar a Jesús, vienen a mi mente y a mi corazón dos actitudes fundamentales que tendremos que tener quienes nos decimos sus discípulos.
La primera reconocer que somos pecadores y que necesitamos del poder del Señor para que limpie las lepras que nos han separado de su amor y de la comunidad. Todo pecado rompe la comunión.
Necesitamos sanación y sólo el Señor la puede hacer.
Tendremos que tener mucha fe y mucha insistencia en nuestra oración para alcanzar esta salud que el Señor nos puede dar.
Pero también quisiera que tuviéramos muy en cuenta a todos los hermanos que de una u otra forma son discriminados por nuestra sociedad.
Tendremos que terminar con estas expresiones que no tienen nada de cristiano y hacen sufrir grandemente a los hermanos y hermanas. Son muchas las situaciones graves de agresiones y de aislamiento que podremos reconocer.
A veces pueden pasar desapercibidas porque “la costumbre”, nos lo ha hecho ver como algo normal, pero son graves pecados que carga la sociedad sobre sus espaldas. ¿A quién estamos separando de la comunidad? ¿A quién hemos rechazado o hemos hecho sentir solo y aislado? Revisemos delante de Jesús: acercarse, sanar, reintegrar.
¿Por qué muchos hombres y mujeres que parecen fuertes y entusiastas de repente se ven agobiados, cansados y hasta negativos?
Cristo previene a sus discípulos con esta imagen de dos casas construidas de manera diferente y el Papa Francisco, haciéndose eco de esta propuesta, también insiste en que cada discípulo misionero debe tener una sólida espiritualidad. De lo contrario, el aparentemente fuerte edificio, se viene abajo a con los primeros vientos fuertes o las primera dificultades.
Esa falta de espiritualidad profunda que se traduce en el pesimismo, el fatalismo, la desconfianza. “Algunas personas no se entregan a la misión, pues creen que nada puede cambiar y entonces para ellos es inútil esforzarse. Piensan así: «¿Para qué me voy a privar de mis comodidades y placeres si no voy a ver ningún resultado importante?».
Tal actitud es precisamente una excusa maligna para quedarse encerrados en la comodidad, la flojera, la tristeza insatisfecha, el vacío egoísta. Se trata de una actitud autodestructiva porque «el hombre no puede vivir sin esperanza: su vida, condenada a la insignificancia, se volvería insoportable».
Y el mismo Papa Francisco nos propone como base de toda nuestra construcción, un encuentro profundo y serio con Jesús Resucitado. “Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo.
Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable. Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden.
Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto”. Además de este encuentro con Jesús propone una cercanía y acompañamiento al pueblo, vivir sus dolores y sus angustias pero mirándolo con los ojos de Dios. Además nos invita a una seria oración personal, de encuentro profundo con Jesús. Una oración de intercesión que en nada se opone a la contemplación.
Dejarse guiar por el Espíritu Santo y finalmente acogerse al regazo maternal de María. Son cimientos seguros y fuertes para construir una casa que pueda resistir vientos y tempestades. Casa construida sobre roca, no sólo en palabras y exterioridades.
Natividad de San Juan Bautista
Hay hombres que en su mismo nombre llevan escrita toda la historia de su vida. Hay hombres que tienen una misión y la cumplen a cabalidad. Hay hombres que se pueden reconocer por su entereza, por su fidelidad a su vocación y por su estilo de vida. Juan el Bautista es uno de ellos.
La tradición bíblica nos lo presenta desde su nacimiento con narraciones que nos muestran la importancia de su misión. Su nombre: “Dios concede el favor”, “Dios salva”, lo sitúa en la única perspectiva de su vida: mostrar el favor de Dios hecho salvación en carne de su Hijo. Y este hombre tiene para nuestro mundo una enseñanza grande, porque ahora fácilmente perdemos el rumbo, nos equivocamos de camino.
No somos capaces de sostener fidelidad en nuestros ideales y mucho menos si estos están condicionados por el anonimato, la privación y la austeridad. Hemos sucumbido a los encantos de un mundo que nos promete felicidad en lo exterior y perdemos el sentido de una verdadera vocación a la que fuimos llamados.
Como Isaías, también nosotros fuimos tejidos desde el seno de nuestra madre con un propósito y una misión.
También a nosotros se nos dice: “Tú eres mi siervo, en ti manifestaré mi gloria”.
Dios no hace basura, y a nosotros nos ha hecho con mucha ternura y dedicación confiándonos una misión: ser mensajeros de su amor.
Hoy al contemplar a San Juan Bautista, tenemos la oportunidad de revisar si somos fieles a nuestra vocación. Tendremos que revisar si nuestra vida anuncia, sin palabras, que Dios salva. Debemos renovar el llamado que nos ha hecho el Señor a ser sus pregoneros, aunque después debamos desaparecer para dejar lugar a la verdadera luz.
¿Cómo estamos cumpliendo nuestra misión?
¿Cómo realizamos hoy nuestra vocación?
En días pasados teníamos una conversión con un grupo de personas que decían cómo la vida es cada día más difícil. Ellos, sin ser grandes ricos, tienen su forma de salir adelante y se quejaban de la realidad de los trabajadores que cada día exigen un sueldo mayor y trabajan poco.
En un momento, les pedí que hiciéramos el ejercicio de imaginarse en el lugar de alguno de ellos y pensar qué harían con el sueldo que ellos consideran excesivo, cómo trabajarían ante un patrón con sus exigencias, cómo educarían a la familia, para cuánto les alcanzaría con lo que les dan… por un momento, se hizo un silencio embarazoso y después fueron risas y bromas, imaginándose cada uno de ellos en la situación de sus trabajadores.
Pero la pregunta queda ahí para cada uno de nosotros.
¿Cómo quisieras tú que te trataran?
¿Qué harías en su situación?
Buscamos que nos reconozcan y no somos capaces de dar reconocimiento, queremos ser amados y somos egoístas, nos gustan las atenciones y que nos tomen en cuenta y no somos capaces de hacer lo mismo.
Imaginemos una familia cualquiera y contemplémosla desde fuera:
¿qué descubrimos?
¿Quién trabaja más y a quién se le reconoce más?
¿Quién exige más y por qué lo exige?
La llamada regla de oro que hoy nos ofrece San Mateo como una petición de Jesús, se queda solamente en el plano humano, pero nos da grandes pistas para nuestro comportamiento tanto en lo familiar y en lo pequeño, como a nivel internacional y en grandes grupos.
Todo mundo exige privilegios, pero no está dispuesto a otorgarlos.
Ignoramos olímpicamente la situación del otro. Somos capaces de acostumbrarnos a las graves e injustas diferencias económicas, sociales y estructurales, y las justificamos fácilmente.
Pero hoy Cristo nos pide que nos coloquemos en el lugar del otro.
Imagina al migrante y siente su dolor, su inseguridad, su timidez y la angustia con que va recorriendo su camino. Imagina al indígena despojado de sus pertenencias, extranjero en su patria, sin derechos, sin opciones, sin reconocimiento. Imagina a los cercanos y a los lejanos y colócate en su lugar.
¿Cómo quisieras que te trataran? Pues ¿por qué no haces lo mismo? Y Cristo va mucho más allá. No se conforma con tratar a los demás como Él quisiera que lo trataran, lo hace con verdadero amor al grado de dar a los que no le dan, de saludar a los que no lo saludan, de perdonar a los que lo odian. Jesús siempre da mucho más.
¿Qué podemos hacer nosotros?
San Paulino de Nola, obispo.
Santos Juan Fisher y Tomás Moro, mártires.
Es muy curioso el comportamiento del hombre: normalmente tiene una capacidad interior muy fuerte para justificarse. Inventa excusas y razones para fortalecer su comportamiento. No es raro encontrar personas, hasta de buena fe, que condenan las acciones de los demás, pero que caen en los mismos errores.
Grandes problemas internos de las comunidades tienen su raíz en esta doble forma de juzgar: dureza para los demás, excusas para sí mismo.
Jesús sabe que también esto les puede pasar a sus discípulos y pueden tener estas actitudes que minan la unidad y destruyen la comunidad.
Utilizando imágenes que todos podemos entender nos hace reflexionar sobre la gravedad del juicio prematuro. Por eso nos hace una clara advertencia: “no juzguen y no serán juzgados”.
Y no se trata de ser indiferentes ante las situaciones injustas que se suceden en nuestros pueblos. El no hacer nada es el peor de los vicios. Pero Jesús nos pide no adelantar juicios, no mirar al otro como objeto de nuestras críticas.
Es muy frecuente que los grupos, pequeños o grandes, tengan que enfrentarse a los chismes y a las habladurías. Parece que no hay forma de detenerlos y perjudican enormemente a aquella persona que es blanco de ellos.
Cuántas veces la honra de una persona ha caído por simples juicios temerarios que alguien irresponsablemente lanzó. Una vez dispersado un chisme es imposible detenerlo. Hay quienes tratan de detenerlo confrontando a las personas, pero pocas veces se logra.
Por eso es muy oportuno atender a la invitación de Jesús y mirar cómo estamos juzgando y hablando de las personas.
El Papa Francisco, ante la sorpresa de todos, ha denunciado estos chismes, habladurías y difamaciones que dañan la relación entre las personas y también dentro de la misma Iglesia.
Todo grupo humano está expuesto a ser juzgado sin verdadero conocimiento. La crítica destructiva daña a las comunidades, divide los equipos, destruye a la sociedad.
Por el contrario cuando hablamos bien de una persona, con toda verdad, estamos ayudando a aumentar su autoestima. Cuando hacemos una alabanza sincera, fomentamos lazos de unión. Hoy guardemos en nuestro corazón estas palabras de Jesús y veamos cómo es nuestra forma de mirar a los demás.
No tengan miedo
Por las ramas
Era un árbol del que estaba orgullosa toda la colonia. Era como un referente para todos sus habitantes; a su sombra habían jugado cuando eran niños, sus ramas conocían sus primeras travesuras y todos lo miraban con cariño. Por eso cuando llegó una plaga y empezó a manchar sus hojas, se organizaron y pronto buscaron los mejores insecticidas y pesticidas para salvarlo. Y lo lograron, por aquella vez, pero, las recientes lluvias con sus fuertes vientos lo derribaron y dejaron al descubierto sus raíces carcomidas por los drenajes y las plagas que nunca conocieron. “Nosotros curábamos sus ramas y sus hojas, pero él se estaba pudriendo por dentro”, dijo con tristeza un colono.
No tengan miedo
El temor y la inseguridad, como lo demuestran muchas encuestas, son el pan de cada día y una de las mayores preocupaciones de nuestro tiempo. No podemos abandonar la casa, no podemos caminar con seguridad, no podemos ni siquiera confiar en los más cercanos. De todos se duda, la desconfianza ha ganado un espacio en nuestro corazón. Por eso me llama mucho la atención la insistencia del Evangelio de este día: “No tengan miedo”. Se lo dice a sus apóstoles que realmente corrían graves peligros. El pasaje evangélico que hoy leemos forma parte de las instrucciones que Jesús da a sus discípulos cuando los envía a la misión, como lo veíamos hace ocho días. Los exhorta a no dejarse vencer por el desánimo, el temor o las críticas de los hombres. Incluso se entiende como una advertencia a no temer a los grupos armados y a las fuerzas que de una y otra parte surgían: Roma para mantener subyugados a los pueblos tributarios y las innumerables rebeliones que buscaban atacar y dañar a Roma. Y, en medio de los conflictos, los mensajeros del Evangelio. ¿Cómo no tener miedo?
Invitación a confiar
La invitación a no tener miedo se repite varias veces y recuerda pasajes como el de Jeremías que tenía que proclamar un mensaje molesto para los demás y peligroso para él. Pero en la misma primera lectura, el profeta aparece confiado en las manos de Dios. Las enseñanzas de Jesús se dirigen a sus discípulos y pretenden infundir fortaleza y valor ante el rechazo o la persecución. Cada vez que se invita a no temer, se mencionan los motivos por los cuales los testigos del Evangelio no deben temer miedo. Así, cada una de las expresiones. “No tengan miedo” va seguida de una nueva razón. En primer lugar el Evangelio posee una fuerza imparable y el mensaje que Jesús ha encargado terminará por hacerse público. En segundo lugar se sitúa a los discípulos ante el juicio final para hacerles comprender que el juicio de los hombres no es definitivo, sino el de Dios. No dependen de la estima que tengan los hombres por ellos, sino de su real fidelidad al amor y a la Palabra de Dios. Por último se establece la mayor seguridad: estamos en manos Dios, padre providente, cuya solicitud llega a vencer extremos insospechados. El Evangelio, la verdad y el amor de Dios-Padre, son las razones que Jesús ofrece para seguridad de sus discípulos.
Barrotes y cerraduras
¿Nosotros en qué basamos nuestra seguridad? Construimos fortalezas, ponemos nuevas cerraduras, doble candado y alarma; y terminamos prisioneros de nosotros mismos y con el enemigo dentro de nuestros hogares. Crece entre nosotros el miedo social, la sospecha de todo, la inseguridad y la necesidad de defenderse y buscar cada uno la salida a su propia vida. Pero muchas veces descuidamos lo esencial. Llevamos a nuestros hogares la envidia y el orgullo, la valoración superficial de la persona, se utiliza la mentira, se engaña y se prostituye… Tememos a los que matan el cuerpo, pero llevamos con nosotros a los que matan el alma. El miedo hace imposible la construcción de una sociedad más humana, el miedo destruye la libertad, el miedo ata y empobrece.
¿Cómo educamos?
Me impresiona este evangelio porque Cristo es muy consciente de los peligros que afrontarán sus discípulos, pero también da una seguridad en la Buena Nueva que se anuncia, en la verdad que se proclama y en el amor en que confiamos. Me cuestiona sobre todo por lo que hacemos todos los días y en especial a el nivel educativo. No estamos educando en los verdaderos valores, en el servicio y en amor. Desde la infancia se adquieren miedos y complejos, ansias y anhelos que no son los que propone Cristo. Queremos salvar el árbol fumigando solamente las ramas, pero no vamos a la raíz. Cuando un corazón está vacío ¿cómo podremos convencerlo que luche por grandes ideales? Cuando se ha aprendido a depender en todo momento de las cosas materiales ¿cómo pedir que se entusiasmen por el proyecto de Jesús que nos pide amar a todos? Cuando lo que importa es el que dirían ¿cómo construir un corazón sincero y recto? La fama, el dinero, el placer son los criterios que van aprendiendo los niños en casa. Y después se sienten desprotegidos pues no hay dinero suficiente que forje un verdadero hombre o una verdadera mujer, si no se han sembrado los valores en su corazón
Platiquemos con Jesús cuáles son nuestros miedos, cuáles son nuestras seguridades, si estamos dando más importancia a los que matan el cuerpo o a los que matan el alma, si hemos entrado en la espiral de la violencia. ¿Qué pensamos cuando Cristo nos dice que no tengamos miedo y nos ofrece como seguridad los brazos amorosos de un Padre providente?
Padre misericordioso, ayúdanos a descubrir cuáles son los verdaderos peligros que están destruyendo nuestras familias, nuestra sociedad y nuestra Iglesia; y danos la fortaleza y sabiduría necesarias para afrontarlos.
Amén.
El Corazón Inmaculado de María
¿Qué había en el corazón de María?
Amor, me responden de inmediato.
Sí, amor, pero con todas las situaciones que implica el amor: inseguridad, oscuridad, esperanza, ilusión.
Mil cosas bellas, mil cosas oscuras las que ofrece el amor, cuando se vive el amor, cuando se vive de amor. El corazón de María recibió desconcertado el primer anuncio del más grande misterio. No alcanzaba a comprender ni quién era El que pedía, ni que era Lo que pedía, ni Quién El que quedó en el corazón.
Pero lo recibió todo con amor, con decisión, con perseverancia, con fe.
Los caminos del Señor con frecuencia no son los de los hombres, y María tampoco comprendía cuáles eran los caminos del Señor, qué dejaba en su corazón cada visita, pero siempre amó.
Hoy celebramos el Corazón de María, un corazón que amó a Jesús, que escuchó al Padre y que nos ama a nosotros.
El Sagrado Corazón de Jesús
¿Cómo puede alguien vivir sin amor?
Será una vida triste, amargada, sin sentido.
Hoy celebramos el Sagrado Corazón de Jesús, hoy celebramos el día del verdadero Amor.
Cuando vemos a los grandes criminales y escuchamos los terribles asesinatos, crece en nuestro interior una ola de indignación y con frecuencia hasta deseos de venganza.
Tengo un amigo que en esas ocasiones siempre lanza la pregunta:
“¿Qué hay en el corazón de esas personas para que puedan hacer tanta maldad?
Seguramente nunca sintieron el verdadero amor y no se sienten queridos por sus seres cercanos”. Y con frecuencia hemos comprobado que al mismo tiempo que son grandes victimarios, ellos, en muchos modos y aspectos, también han sido víctimas y no han sentido el verdadero afecto.
El amor es un ingrediente fundamental para el equilibrio psicológico y afectivo de la persona, de otro modo está desquiciado. Por eso Dios nuestro Padre siempre ha buscado mostrarnos su grande e inmenso amor.
Nosotros nos hemos hecho imágenes falsas de Dios como policía, como juez, como vengador. Él siempre se ha manifestado como amor.
En el pasaje del Deuteronomio de este día afirma que está enamorado de su pueblo, que lo escoge simplemente por la locura de su amor. También San Juan nos insiste en su carta que el amor consiste no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y nos envío su Hijo para rescatarnos de nuestros pecados.
Amor grande de quien ama a pesar de encontrar pecado y maldad.
Y Jesús nos lo demuestra en todas sus acciones, en su entrega por nosotros, en su sangre derramada, en su total donación.
Y hoy nos pide que descubramos su amor, que nos acerquemos a Él y depositemos en Él todas nuestras fatigas y agobios.
“Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo los aliviaré”, son las palabras llenas de amor que hoy nos dirige.
Sólo el amor es capaz de sanar a un corazón herido, sólo el amor puede levantar a quien se encuentra perdido, sólo el amor de Jesús es capaz de levantarnos, de restaurarnos y devolvernos la dignidad de hijos aún cuando nos hayamos alejado de la casa paterna.
Este día del Sagrado Corazón acerquemos nuestro corazón al Corazón de Jesús y permitamos que sane nuestras heridas.
Es curioso, pero una de las experiencias que varias personas me han platicado en este periodo difícil de pandemia, ha sido descubrir la riqueza de la oración: oración personal, oración con el Papa, oración comunitaria, oración familiar… Y aunque la mayoría no ha podido acercarse a la Eucaristía, ha descubierto cómo acercarse a Jesús y hubo muchos momentos de oración profunda.
Acercarse a Jesús en la Eucaristía no como misterio, o como información, acercarse a Jesús como al amigo que nos puede escuchar, al que podemos contarle nuestras penas y nuestras alegrías, al que podemos decirle nuestras dudas y quedarnos largos ratos con Él en diálogo, será una experiencia necesaria.
Cristo mismo nos lleva por este camino con su ejemplo y con su enseñanza.
Hoy, nuevamente, nos acercamos al Padre Nuestro como modelo de oración, y me propongo “rezar” con mucha atención cada una de las palabras, descubriendo su sentido, descubriendo lo más importante para mí en este momento.
Quizás habrá alguno que insista en el abandono confiado que supone decir: “Padre”; a otro quizás le convenga insistir en la relación que implica el decir “nuestro”, que nos lleva al reconocimiento del otro como hermano.
No faltará alguno que su principal preocupación y lo que quiere compartir con el Señor sea su angustia por el alimento de ese día.
Una de las riquezas que nos muestra el Padre Nuestro es la capacidad de dar y recibir perdón.
¿Quién se siente más feliz el que da o el que recibe perdón?
Contrariamente a lo que se piensa, la venganza nos trae más intranquilidad y congojas que la satisfacción que pudiera producir.
San Mateo, al concluir la oración del Padre Nuestro, resalta este aspecto del perdón que tanto necesitamos.
No podemos vivir en un mundo de violencia, pero no podremos encontrar armonía si no somos capaces de dar y recibir perdón.
En nuestra oración de cada día pidamos al Señor que nos conceda ese gran regalo de sabernos perdonados a pesar de nuestras grandes ofensas, que nos sintamos en armonía con Dios; pero también pidamos la gracia de saber perdonar y que pueda estar en paz nuestro corazón.
Todos conocemos el clásico cuento de la carreta que hacía mucho ruido: no llevaba nada, iba vacía. Uno de los peligros que nos ofrece la sociedad moderna es la superficialidad. Las relaciones se han tornado tan rápidas, tan distantes y tan ocasionales, que dan la oportunidad de aparecer como lo que uno no es.
No es raro que en los datos que se ofrecen a través del internet, se cambie la personalidad, las fechas y hasta el nombre. Se vive de ilusión y de fantasía, se teme aparecer como realmente es uno.
Esto se da sobre todo en el mundo de los jóvenes y a través de las redes del internet, pero también se da en todos los ámbitos. Hemos hecho de la vida una apariencia.
Jesús hoy nos invita a buscar lo que es valioso y a que miremos en lo profundo de nuestro corazón. No importan las apariencias, ni de los antiguos fariseos que ostentaban falsedades, ni de los modernos personajes huecos que no aparecen como lo que son. Lo importante es lo que Dios ve: el interior de cada persona.
¿Qué hay en tu interior?
Quizás frente a los demás luzcas como una persona de éxito y lleno de felicidad, pero ¿eso es lo que hay en tu corazón?
Para los fariseos eran la apariencia de la bondad, del ayuno, de la oración… hoy quizás estos valores quedan atrás, pero no ha quedado atrás la hipocresía y el querer manifestarse como lo que no se es.
San Pablo le recuerda a los Corintios que para poder dar algo, se necesita sembrar. Que el que siembra poco, cosecha poco. Y este ejemplo, que parecería sólo del campo, tiene toda su actualidad en medio de nosotros: también hoy hay quien solamente es hoja y no tiene fruto; también hoy hay quien hace ruido y no tiene substancia.
Pero San Pablo añade algo importante: la alegría verdadera.
¿Cómo están tan contentos los jóvenes comunicándose con personas que ni conocen y viven a kilómetros de distancia?
En cambio, son fríos y calculadores con su propia familia y con quienes están cerca. Es que es más fácil aparentar.
San Pablo insiste en que debemos dar, y dar con alegría y prontitud y de buena gana. Que esta alegría y generosidad sea el distintivo del discípulo de Jesús y dejemos a un lado las apariencias.
“La venganza es dulce”, es un dicho que todos hemos escuchado y quizás hasta lo hemos dicho o pensado nosotros.
El mal que recibimos con frecuencia no sólo nos hace el daño del momento, sino que se nos queda en el corazón, se encona, crece y hace daño al corazón. Muchísimas personas viven con resentimientos y amargados por heridas que recibieron desde su niñez y con frecuencia de personas que amaban o que debían amarlos.
El Antiguo Testamento parecería indicarnos que la venganza es buena y aceptable ya que hasta hay frases que se atribuye esa venganza al mismo Dios.
¿Es lícito vengarse?
¿Debemos quedar pasivos ante las injusticias y los agravios?
Cristo rompe esta práctica y nos recuerda que sólo el verdadero amor puede romper la cadena de violencia.
Ya también en los primeros acontecimientos del Génesis, la Palabra de Dios nos presentaba que la violencia no puede ser solución a la violencia. Cuando Caín espera una condena por la sangre de Abel, el Señor le dice que nadie lo podrá matar porque recibiría un castigo mayor… es decir, no se soluciona el problema de sangre con más sangre.
Jesús nos dice y nos enseña con su práctica que el odio no se puede vencer con el odio, sino con el perdón y el amor.
Es fácil amar a los que nos aman, es fácil tratar bien a los que nos tratan bien, pero es difícil perdonar las ofensas, en difícil aceptar a los que se equivocan… y con frecuencia estos están muy cerca de nosotros: nuestros familiares, los vecinos, los compañeros de trabajo, los compañeros de escuela.
Si hay rencores, envidias y venganzas, el ambiente se torna hostil y desagradable. Está en nuestras manos transformar nuestros ambientes y hacerlos armoniosos y pacíficos.
El modelo que nos propone Jesús es el mismo Padre Dios que hace salir su sol sobre buenos y malos: nada de adversarios, nada de discriminaciones, nada de venganzas. Es el único camino para romper la cadena de violencia. Gran ejemplo nos daba en días pasados el Papa Francisco en la búsqueda de paz entre los pueblos invitando a la oración, al diálogo y a la armonía.
¿Seremos capaces de seguir nosotros también a Jesús?
¿Seremos capaces de perdonar?
¿Seremos capaces de reconciliación?
Quizás si leemos la primera lectura del libro de los Reyes donde se nos presenta una triste realidad de injusticia tendremos que reconocer que eran frecuentes los casos en que el poderoso actuaba con impunidad y prepotencia frente a los más débiles, y podremos entender la ley del Talión.
A nosotros nos suena como una ley salvaje, pero es claro que buscaba evitar el abuso de los fuertes frente a quienes nada tenían. Así se aseguraba que el más pobre tendría al menos un resarcimiento de la ofensa.
Cuando la ley pierde su sentido y no da vida, entonces se torna en obligación y carga. Jesús perfecciona la ley, la verdadera justicia no consiste sólo en castigar al que hace el mal, sino más bien en corregir, en educar y en perdonar.
Hay quienes afirman que con la actitud de Jesús se propagaría más la injusticia y la impunidad, pero no es esto lo que busca Jesús, sino detener la cadena de violencia que el mal ocasiona. Para que haya un pleito se necesitan dos, si uno de ellos no opta por la guerra, aunque sí exige la justicia, entonces no puede haber pleito.
Siempre la violencia y el rencor son malos consejeros.
Miremos desde la familia: a veces nos ofendemos o nos lastimamos, si adoptamos una actitud de revisión, de diálogo y de búsqueda, podremos encontrar soluciones; pero si nuestra actitud es de agresión y de responder con una ofensa mayor, entonces se hace una cadena de violencia que va creciendo cada día. Y lo que sucede en la familia, también sucede entre los pueblos: si se busca adueñar de los otros, si no se piensa en las necesidades del hermano, se termina en una guerra de intereses que con frecuencia lastima a los más débiles.
Este día revisemos cuál es nuestra actitud cuando hemos sido ofendidos, si somos capaces de perdonar, de pedir explicaciones; o si simplemente buscamos venganzas y revanchas que acrecientan la violencia.
Que tristeza este nuestro México sumido en las injusticias y las venganzas, que dolor la sangre derramada por todos los rincones… la venganza no es solución.
¿por qué no escuchamos las palabras de Jesús?