Monseñor Enrique Díaz Díaz
Obispo de la Diócesis de Irapuato
San Ignacio de Loyola
El evangelio de este día nos cuenta el regreso de Jesús a su tierra.
Uno esperaría que el recibimiento fuera extraordinario y sus paisanos lo aclamaran y aceptaran con júbilo sus palabras pues, con todo, es un miembro de una pequeña comunidad a la que le ha dado brillo y renombre.
Sin embargo, sucede todo lo contrario: al escoger Jesús anunciar su evangelio desde la pequeñez y desde lo humilde, sus mismos paisanos son incapaces de reconocerlo.
Le sucede lo mismo que a Jeremías en la primera lectura: por no predicar lo que ellos esperan se gana su hostilidad. Ellos esperarían un Mesías victorioso y poderoso, en cambio la persona de Jesús es en todo igual a cualquier hijo de vecino, lo conocen desde pequeño, recordarán episodios de su infancia y habla como ellos.
Es cierto ahora predica un evangelio con una autoridad que no le conocían… pero la cercanía que ha tenido con ellos los hace dudar. Un gran misterio es la libertad.
Ante los mismos prodigios hay quienes reaccionan con gran fe y entusiasmo y hay quienes ponen todas las objeciones y se niegan a aceptarlos. “Se negaban a creer en él”, es la triste realidad que comprueba san Mateo. Se necesita tener el corazón dispuesto para descubrir a Jesús a través de los acontecimientos más pequeños, se necesita tomar las actitudes de los niños que se maravillan ante los prodigios, se necesita tener la sabiduría de los simples y humildes para captar la grandiosidad del misterio.
Sus paisanos no están dispuestos a hacerlo y buscan excusas que los liberen de la responsabilidad.
Hoy también nosotros podemos caer en estas mismas artimañas para excusarnos de nuestro compromiso.
Hoy también podemos decir que el evangelio es proclamado por personas ignorantes, hoy también podemos decir que no vemos los milagros, hoy también podemos cerrar el corazón. “Jesús no hizo muchos milagros allí por la incredulidad de ellos”, constata el evangelio.
El primer paso para recibir a Jesús es tener el corazón dispuesto.
En este día seguramente tendremos oportunidades para encontrarnos con el Señor, no las desperdiciemos por parecernos muy familiares.
Hoy el Señor nos hablará, no hagamos oídos sordos por provenir el mensaje de personas o situaciones sencillas.
¿Estamos dispuestos a recibir a este Jesús cercano, sencillo y muy nuestro?
Santa María de Jesús Sacramentado
San Pedro Crisólogo
Toda nuestra vida es un constante discernimiento.
A cada momento debemos decidir si una acción, si un instrumento, si un pensamiento, es bueno o malo.
Lo hacemos muchas veces de modo inconsciente y de manera mecánica.
Pero hay momentos en que necesitamos detenernos y juzgar a conciencia si lo que estamos haciendo va de acuerdo a lo que Dios espera de nosotros.
Hoy tenemos un buen ejemplo: los pescadores después de haber pescado, se sientan a escoger los buenos y los malos.
Quienes hemos vivido esta experiencia, o alguna otra parecida como escoger el maíz bueno y separarlo del podrido; o escoger la fruta y tener que tirar la que no sirve; nos damos cuenta cómo se sufre al descubrir que algo que pudo ser muy bueno, no sirvió para nada.
Es el dolor de no haber alcanzado un objetivo para lo que fue hecho, el fracaso de haberse quedado a la mitad del camino.
Cada acción nuestra, nuestras tradiciones, nuestras fiestas, nuestros propósitos, tendrían que ser evaluados para ver si nos acercan al Reino o estamos muy distantes.
Muchas veces se juzga algo a la primera y nos podemos equivocar.
Jesús nos enseña con sus ejemplos que debemos dar una prioridad muy clara al momento de la elección y de la decisión.
La parábola de estos pescados, termina de una manera muy drástica y condenando los malos peces al horno encendido, sin ninguna oportunidad de cambio o de conversión.
Esa será la última y definitiva etapa de nuestra vida.
Pero mientras estamos en camino siempre tendremos la oportunidad del cambio y del arrepentimiento.
Hoy en la primera lectura se nos ofrece un pasaje de Jeremías que a mí se me hace muy enriquecedor.
Dios envía a Jeremías a casa del alfarero para que contemple cómo cuando se estropea una vasija, la vuelve a hacer como mejor le parece.
Y concluye el Señor diciendo a Jeremías: “¿Acaso no puedo hacer yo con ustedes lo mismo que hace este alfarero? Como está el barro en las manos del alfarero, así ustedes están en mis manos”.
Nunca nos da una condena definitiva, siempre nos da la oportunidad para dejarnos modelar por las manos cariñosas de su amor.
Señor, estoy en tus manos moldéame a tu voluntad.
Santa Marta
Hay santos a los que nos se les ha hecho justicia en la apreciación de los fieles y me parece que Santa Marta es una de ellos.
Con frecuencia nos quedamos en esa especie de reproche que le hace Jesús cuando se afana en las atenciones por servirlo, y ciertamente Jesús la invita a que vaya a lo más profundo y escoja la mejor parte. Pero no podemos olvidar que Marta es una mujer privilegiada que se ha encontrado con Jesús, que lo ha hospedado en su casa, que le ha abierto el corazón y que tiene la suficiente confianza para presentar sus inquietudes con toda sencillez y así recibir las indicaciones de Jesús.
¡Cómo deberíamos aprender de esta mujer!
Necesitamos abrir nuestros hogares para recibir al Señor… pues si ella se desvivía por atenderlo y revoloteaba por todas partes buscando darle un servicio, ahora nosotros revoloteamos por todos lados, pero ocupados en miles de menesteres que nada tienen que ver con hospedar a Jesús en nuestro corazón.
Marta siempre aparece en evangelio en esta actitud de apertura y hospitalidad, pero hoy San Juan nos narra otro episodio que también refleja el grado de confianza y de amistad que había entre Jesús y esta familia.
El dolor que causa la muerte, la tristeza que provoca la ausencia, son compartidas por Jesús. Ahora también Marta expresa una especie de reclamo que dicta la amistad: “Si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”.
Como si Jesús no pudiera actuar desde lejos, o como si dudara de su amor.
Pero Jesús aprovecha nuevamente la ocasión para enseñar una verdad más profunda: el valor de la vida eterna y de la resurrección. Y parece que no hablara solamente de una resurrección inmediata, pues Lázaro nuevamente moriría físicamente, sino de la resurrección definitiva.
Así las enseñanzas a Marta también son enseñanzas para cada uno de nosotros. La invitación a buscar lo que realmente es importante y a fortalecer nuestra fe en la resurrección, son las dos enseñanzas que nos deja su gran ejemplo.
Hoy recibamos también la pregunta de Jesús: “¿Crees tú esto?”, y también nosotros respondamos: “Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías”
Nuestro tiempo está caracterizado por una falta grave: vivir al día.
No en el sentido de vivirlo a plenitud y llenarlo de esperanza, sino de vivir sin pensar de dónde venimos y a dónde vamos. Por eso cuando nos enfrentamos con la muerte, ya sea personalmente por los peligros que vivimos o con personas queridas que han fallecido, no sabemos cómo actuar y nos desequilibra enormemente.
La explicación de la parábola del trigo y la cizaña, está marcada por este pensamiento del sentido final de nuestra existencia. San Mateo pone de relieve que frente al Sembrador Divino existe el sembrador maligno; y que frente a los miembros del Reino están los seguidores del maligno. Es la historia de la humanidad divida, confrontada y entremezclada de bien y de mal, a veces en situaciones difíciles de distinguir.
La insistencia en esta explicación se centra en la descripción del juicio en el cual el gran actor será Cristo glorioso con sus ángeles, que purificará totalmente a su comunidad. A muchos no les gusta pensar en esta imagen de Jesús y ciertamente los evangelios nos muestran generalmente a un Jesús misericordioso, compasivo, paciente hasta el extremo… pero nunca a un Jesús cómplice de la maldad o con el pecado.
Jesús no es intolerante pero no puede acoger el mal, debe expulsarlo y denunciarlo y de un modo más grave si este mal se puede confundir con el bien. Es nuestra realidad contrastante de bondad y maldad, que pueden llegar a disfrazarse hasta confundirnos y hacernos caer.
Cuántas cosas se presentan con apariencia de bien y acaban destruyendo y contaminando. La historia nos puede contar muchas situaciones que provocaron grandes destrucciones cuando aparecían como bienes; y muchas verdades que fueron calladas, escondidas, manipuladas.
Hoy nos ponemos delante de Jesús y queremos buscar sinceramente distinguir en nuestras vidas cuáles son las cizañas que nos están destruyendo, cuáles son las lacras que están acabando con nuestra sociedad y cómo ha sido nuestra participación, si construimos o destruimos.
Nos dejamos examinar por el Señor, ¿cómo ha sido nuestra vida?
Siempre sorprende Jesús en sus signos y en sus palabras.
Hoy nos ofrece dos pequeñas parábolas, llenas de sentido y esperanza, donde nos muestra su predilección por los pequeños y por los pobres.
Con un fuerte contraste explica a sus discípulos, y también a nosotros, la fuerza y el dinamismo que tiene su Reino.
Nosotros estamos tan imbuidos de lo grandioso y espectacular, que acabamos despreciando lo pequeño.
Llegamos incluso a caer en desalientos y pesimismos al confrontar lo poco que somos, lo poco que tenemos y lo poco que podemos hacer, comparado con la ingente tarea de anunciar el evangelio.
El Papa Francisco nos hace ver que una de las tentaciones de nuestro tiempo es el pesimismo, el asegurar que no es posible, el querer dejar las cosas como siempre han sido.
En efecto, no es raro escuchar excusas para no comprometerse argumentando lo pequeño que somos, la escasez de los medios, o nuestra gran ignorancia, la falta de hombres sabios.
Los ejemplos del grano de mostaza y de la levadura que fermenta la masa nos llevan en dos direcciones:
La primera nos muestra la predilección de Jesús por lo pequeño.
De los sencillos y humildes es el Reino de los cielos: a “los que no aparecen” está dirigida la buena Nueva; “los descartados del mundo” son los predilectos de Jesús; quienes necesitan del médico no son los sanos, sino los enfermos; la oveja perdida es el objetivo del buen pastor; los sencillos son los que comprenden el Reino y no los sabios y entendidos.
La segunda enseñanza nos muestra que es importantísima cada una de nuestras acciones. No importa la grandeza, sino que pongamos todo el corazón. Los grandes milagros requieren la aportación y la fe de quien los recibe o es la ocasión para que sucedan. Ningún acto nuestro queda sin resonancia, tendremos que mirar entonces qué es lo que estamos haciendo y analizar si nuestras acciones son positivas o negativas.
Muchas veces Jesús insistió en esta aportación necesaria de cada uno de los discípulos. El Señor trabaja, pero requiere de manos y de corazones que aporten su pequeño grano de arena para construir el Reino.
¿Cómo podremos aplicar a nuestras vidas estas parábolas de Jesús?
En nuestro mundo, que teóricamente ha optado por el reconocimiento de la dignidad y de los derechos de la persona, nos encontramos, en la práctica, con fuertes discriminaciones, violación de los derechos, depresiones, suicidios, complejos y negación de las personas. Y todo tiene su razón en los valores que nos motivan. Una de las más grandes desgracias de nuestro tiempo es la escala de valores que rige nuestra sociedad a la cual se apegan muchísimas personas en busca de felicidad. Una escala que nos domina y manipula. Hay quienes, con culpa o sin ella, están atrapados en el anzuelo de engañosos tesoros que los alienan y dividen. El placer, la droga, la ambición de poder, el deseo incontrolable de bienes, el alcohol, la sexualidad desenfrenada, la buena vida, y otros atractivos por el estilo, son los valores que nos mueven en la actualidad. Por estos “tesoros” estamos dispuestos a dar casi todo. Y cuando descubrimos que no sacian nuestra sed de felicidad y de amor, nos encontramos vacíos y caemos en pesimismos y depresiones pensando que el hombre no vale nada. San Pablo previene a los Romanos y les ofrece una pauta para descubrir el verdadero valor de la persona: Dios predestina a las personas para que reproduzcan en sí mismas la imagen de su propio Hijo, las llama, las justifica y las glorifica. No valemos por lo que traemos encima, no estamos aquí por casualidad, somos amados, escogidos y llamados por Dios para una misión especial.
Ya en la primera lectura de este domingo, tomada del primer libro de los Reyes, Salomón, en una narración romántica y acomodada, pide al Señor en sus sueños no la acumulación de las riquezas, no la muerte de los enemigos, no la docilidad de los súbditos, sino que se declara un muchacho inexperto y pide la “sabiduría del corazón”, para distinguir entre el bien y el mal.
¿Qué pediríamos nosotros si tuviéramos la oportunidad?
¿Qué es lo que más ambicionamos?
Los hombres y mujeres, buenos y justos, los que han encontrado el éxito y se sienten realizados, son los que saben distinguir una escala de valores que orienta su vida y se rigen por ella. Son los que han sabido descubrir el tesoro que hay en su corazón y no necesitan de apariencias y ropajes exteriores que disfracen su resequedad interior. Dentro de tu corazón se hace presente Dios con todo su amor y nos permite mirar de otra forma todas las cosas y los acontecimientos. Nos permite descubrir la verdadera sabiduría que nos lleva a discernir lo que es bueno y lo que es malo. Tan confundidos andamos que, ateniéndonos a nuestras ambiciones, nos atrevemos a llamar “bien”, a aquello que nos agrada, aunque sea injusto, destruya a la humanidad y coarte la verdadera libertad.
Jesús con sus parábolas también nos pone en alerta: el tesoro y la perla preciosa cuando son encontrados producen una gran felicidad. ¡Atención! Todo vale nada frente a ellos y se deja todo para adquirirlos, pero no para hacer negocios sino para guardarlos en el corazón. No es el comerciante que compra un tesoro sólo para obtener más ganancias negociando con él. No es la perla que se adquiere para revenderla después. Sí, este tesoro y esta perla producen gran alegría en el corazón. Es el signo de la presencia de Jesús en el corazón del discípulo y el Reino de Dios en la vida de los hombres. Es un tesoro valiosísimo que nos seduce y que produce una gran alegría que el que lo encuentra se olvida de todo lo que tiene, lo abandona todo y mira el mundo a través de este tesoro. No son reglas exteriores, no son títulos o reconocimientos, es la seguridad de tener a Dios en el corazón, de saberse amado por Él, de reconocerse hermano de todos los hombres y mujeres, de sentir la inmensa satisfacción que da el amar y saberse amado. Es la alegría de encontrar el Reino. No como una carga que se impone, sino como una riqueza que llena y da plenitud. No se necesita nada más, no se va a acumular más, ese tesoro basta para dar la plena felicidad. Encontrar a Cristo, encontrar su Reino, nos llena de la verdadera alegría.
Alguien diría que es una suerte encontrar este tesoro, pero Jesús nos dice que es un regalo y que responde a una búsqueda. Hay que abrir el corazón y los ojos para descubrirlo. Lo tenemos dentro de nosotros, pero necesitamos hacer el “hallazgo” y estar dispuestos a sacrificar lo que no es “tesoro”, lo que es basura, lo que ata y engaña, lo que seduce y atrofia. Las otras dos parábolas que nos presenta Jesús nos dicen que el encontrar este tesoro no es una casualidad, sino que tenemos la responsabilidad y la obligación de encontrarlo. Es decir, para esto fuimos hechos y si no lo logramos estaremos fallando en lo más íntimo de nuestro ser. Fuimos llamados para la felicidad y encontrar el tesoro es nuestra responsabilidad. Si no fuera así, no se entiende esta especie de juicio que a unos condena y a otros justifica. Así, debemos rechazar este conformismo que nos asegura que todo es igual. No es cierto: hay tesoro y hay oropel; hay valores y hay antivalores. Por esos estas parábolas continúan con la exigencia de un seguimiento radical y una búsqueda sin excusas del Reino. Cada momento de nuestra vida es decisivo en esta elección. No podemos decir que ahora no tenemos tiempo o que no es el momento preciso. Cada instante es precioso y debemos vivirlo a plenitud. Al igual que el escriba, debemos encontrar tanto en las cosas antiguas como en las nuevas, aquellas que son valores y que nos llevan a tener vida y felicidad verdaderas. Cristo nos pone la comparación de este escriba sabio que va escogiendo lo mejor de cada momento. Cada etapa tiene sus valores, pero es necesario escoger y actuar conforme a los valores de Jesús. Y los valores de Jesús son el Reino, el amor al prójimo, la voluntad de su Padre, el perdón y el servicio.
¿Cuáles son los valores que mueven mi vida?
¿Cuáles valores rescato de lo antiguo y cuáles valores nuevos voy adquiriendo?
¿Cómo juzgo tanto lo nuevo como lo antiguo?
¿Vivo mi existencia de forma mediocre sin entusiasmarme por el Reino?
Dios, Padre Bueno, concédenos sabiduría para descubrir el significado y la importancia del Reino que tu Hijo anunció e inauguró entre nosotros; que lo acojamos en nuestra existencia como el tesoro más precioso, y que dediquemos a él toda nuestra vida.
Amén.
Santiago, Apóstol
¿Qué tendrá el corazón humano que se aferra a las cosas materiales?
Dicen que el poder y el dinero sin que el hombre se de cuenta, lo condicionan, lo manipulan y le dan la sensación de que es él quien manda.
Al celebrar este día la fiesta de Santiago, Apóstol, el evangelista San Mateo nos da la oportunidad para comprobar que aun entre los discípulos de Jesús se daban estas ambiciones y estos deseos.
Por una parte, la madre de Santiago y Juan, está pidiendo que sean ellos los que estén en los primeros lugares, pero enseguida aparecen las rivalidades en los reclamos de los otros discípulos.
No han entendido lo que Cristo busca y aunque lo van siguiendo de cerca, aún albergan en su corazón los deseos de grandeza, de poder y de bienes.
Son situaciones que también se dan en nuestras familias, en nuestras comunidades y en la misma Iglesia.
Tendremos que estar muy atentos.
Las familias sufren cuando no se da el primer lugar a las personas y sus miembros parecen pasar a segundo término importando más los negocios, el gusto o las decisiones egoístas de los papás.
No es raro que una familia acabe destruida por los pleitos y envidias a causa de las herencias, de las preferencias o de los bienes.
También en nuestras comunidades el dinero y el deseo de autoridad suelen causar graves destrozos.
Si nosotros como Iglesia no somos capaces de tomar en serio las palabras de Jesús respecto a ser servidores, si anteponemos nuestra autoridad o nuestros caprichos, estaremos también destruyendo la obra de Jesús.
Hoy son igualmente válidas sus palabras:
“Que no sea así entre ustedes.
El que quiera ser grande que sea el que los sirva”.
Si el discípulo se hace servidor, si está dispuesto y atento a las necesidades de los demás, si es capaz de mirar en cada ser humano, una persona y un hijo de Dios a quien servir, estaremos siguiendo el camino de Jesús.
La acusación que Jesús hace a las naciones de destrucción y de pleitos que tiranizan y oprimen, también hoy tiene su actualidad.
También hoy se dan estas injusticias y necesitamos igual que Jesús, seguir insistiendo en el derecho de los pequeños a ser tratados con dignidad y con justicia.
Si callamos, seremos cómplices de estas injusticias.
¿Cómo es nuestro servicio y nuestra disposición?
¿Qué buscamos realmente en nuestro corazón?
San Chárbel Maklüf
Pocas veces y con tanta claridad tenemos la explicación de una parábola en labios del mismo Jesús.
Hoy identifica la semilla con el Reino y las actitudes que cada persona va asumiendo frente a ella.
Cuatro categorías de personas que parecen muy definidas y que sin embargo en nuestra realidad cada persona no permanece como una sola clase de tierra, sino que puede pasar fácilmente de un grupo a otro.
Mientras en la parábola la tierra será siempre la misma, en la realidad los oyentes podemos tomar diferentes actitudes frente a la palabra y frente al reino.
La negación del reino, el no querer escuchar y preferir no entender, sería la primera respuesta a la propuesta del Reino.
No es rara en medio de nosotros, creemos entender, pero lo hacemos a nuestra forma y a nuestro gusto, alejándonos de los criterios del reino porque “no la entiende, llega el diablo y le arrebata”.
Es fácil arrancar lo que no ha profundizado.
La superficialidad con que asumimos la escucha de la palabra, es el segundo tema.
Claro que nos gusta lo que dice Jesús, claro que nos decimos cristianos y recibimos con gusto los sacramentos, pero no estamos dispuestos a ir más a fondo.
No dejamos que eche raíces en nuestro corazón y no modificamos nuestras opciones.
Inconsciencia, superficialidad y acomodación serían la segunda respuesta a la palabra.
El tercer grupo quizás sea uno de los que más favorecemos: utilizar la palabra para nuestros fines, dejarnos llevar por intereses económicos, buscar el placer y el poder, que acaban por ahogar a la palabra.
No es raro que hagamos decir a la palabra lo que no dice, no es extraño que abandonemos la palabra cuando no responde a nuestros intereses.
Finalmente está la tierra buena que da fruto, cada quien en diferente proporción.
Aquí no importa la efectividad y la contabilidad, sino la disposición del corazón.
El Reino se mide de otra forma.
¿Qué le respondemos a Jesús cuando nos da la explicación de esta parábola?
¿No es verdad que a veces pasamos de ser una tierra pedregosa, a ser tierra de camino?
¿Qué tenemos que hacer para dejar que profundice en nosotros la palabra?
Santa Brígida
El texto del evangelio de San Mateo nos podría parecer cuestionador o hasta contradictorio con las opciones de Jesús, en el sentido que Él siempre ha preferido a los pobres y pequeños y ahora parecería que al que tiene más se le dará más y al que tiene poco aun eso poco se le quitará.
Pero es todo lo contrario, las parábolas pueden descubrirnos a Jesús cuando ponemos nuestro corazón cercano al de Él, pero a quien se le opone todo le parece oscuro.
Los misterios del Reino de Dios sólo son revelados a los pequeños y se pueden entender por la fe.
¿No es cierto que a quien se encuentra obcecado por la ira o por la ambición o por una pasión, cada explicación y cada nueva enseñanza le cierra más el corazón?
Por el contrario, quien se abre a la verdad va aprendiendo cada vez cosas nuevas.
Quien tiene el corazón dispuesto puede recibir las nuevas enseñanzas y con esas enseñanzas se hace apto para recibir más.
Lo tenemos muy claro cuando fallamos en algo: una mentira o una infidelidad, trae nuevas mentiras e injusticias queriendo ocultar nuestras fallas.
Vamos cavando un pozo cada vez más profundo.
En cambio, cuando nos disponemos a escuchar con el corazón dispuesto, entenderemos cada vez más los valores y las exigencias del Reino.
Nos gustará más el tesoro que significa seguir a Jesús.
La misma palabra que significa luz y dicha para unas personas, para otras significa oscuridad y condenación y esto depende solamente de la disposición del corazón.
Es cierto que las parábolas aparentemente son tan sencillas y son tomadas de la vida cotidiana de una cultura campesina, sin embargo, todas ellas tienen un profundo significado que se hace muy claro para el que quiere aceptar a Jesús y que se torna difícil y hasta contradictorio para quien se opone a Él.
Pensemos simplemente en la parábola del sembrador y descubriremos muchos aspectos que nos iluminan tanto en la generosidad y gratuidad de la palabra, como en la responsabilidad que asumimos cada uno de nosotros al recibirla.
Pero si el surco se cierra, si el corazón se endurece, si las espinas ahogan la palabra, no habrá fruto. No por culpa de la Palabra, sino por culpa de quien no la ha aceptado y no la ha hecho vida.
Santa María Magdalena
Hoy celebramos la fiesta de Santa María Magdalena.
En cierta ocasión pregunté a un grupo de personas quién era Magdalena.
La mayoría de los presentes respondió que era una pecadora que se había convertido por el amor de Jesús.
Y varios escritos e interpretaciones parecen indicar que así fue, pero me llama la atención que nos fijemos más en que era pecadora y no en que se convirtió en la primer testigo de la resurrección del Señor.
Se nos ha quedado grabado su pasado pecaminoso mucho más que el testimonio valiente y decidido que da de Cristo resucitado.
¡Qué fácil es guardar los errores de los demás!
¡Qué difícil reconocer sus aciertos!
Y en el caso de una mujer con frecuencia es más notable esta actitud.
Todo lo contrario a la forma de actuar de Jesús, echa pronto en el olvido los errores, ofrece la posibilidad de la conversión y confía en la persona para la nueva misión.
Hace realidad lo que nos decía el profeta Miqueas: “Arroja a lo hondo del mar nuestros delitos”.
Es admirable la valentía y decisión de María Magdalena después de los acontecimientos de la crucifixión y muerte del Señor.
Mientras los apóstoles no aciertan a superar el miedo, la tristeza o el dolor, y algunos de ellos de plano toman la decisión de abandonarlo todo, María Magdalena va al sepulcro e intenta seguir buscando a Jesús.
Y como todo el que busca encuentra, ella tiene el privilegio de encontrarse cara a cara con el Resucitado, recibir su consuelo y la misión de llevar mensaje de esperanza y de consuelo a los discípulos.
No ha sido un camino fácil, primero ha aceptado la invitación a la conversión y después ha tenido que recorrer el camino para descubrir el rostro de Jesús.
Conforme a la narración, por su tristeza y dolor, no es capaz de percibir a quiénes está preguntando por el Señor.
Después confunde al jardinero y no puede ver en su rostro, el rostro del Resucitado.
Enseñanzas importantes para quienes buscamos al Señor: salir de nuestro pecado sostenidos más por la misericordia del Pastor que por nuestras propias fuerzas; hacer de la conversión una experiencia de encuentro.
Perseverar en la búsqueda del Señor y convertirnos en testigos de su resurrección descubriendo su rostro en cada uno de los hermanos.
San Lorenzo de Brindis
Quien encuentra a Jesús experimenta una nueva realidad de familia, donde valen más los lazos del amor que los lazos de la sangre.
Muchos de nosotros hemos tenido la fortuna de encontrar una persona con la que hemos trabado una amistad profunda, con quien hemos compartido ideales y dificultades, alguien con quien podemos sentirnos en comunión y a esta persona le decimos con frecuencia que ha llegado a ser un hermano para nosotros.
No es ningún desprecio para la familia de sangre, al contrario, es la aceptación de que en la familia lo más importante no serán los vínculos legales sino la comunidad.
Jesús ha vivido toda su infancia y su juventud con su familia y la ha amado y ha compartido con ella. Pero al iniciar su vida misionera y de evangelización, se ha encontrado con este grupo de “amigos” que han llegado a ser su verdadera familia.
La base de esta nueva familia no es el parentesco ni los lazos sanguíneos, la base es la escucha de la palabra de Dios y el cumplimiento de la voluntad de su Padre.
Jesús no duda de la grandeza de los lazos familiares ya que él mismo ha crecido “en sabiduría, en estatura y en gracia” en medio de una familia, pero ahora abre los horizontes y amplía las relaciones. No es sólo familia el conjunto de personas cercanas de nuestra casa, de nuestra raza y de nuestro pueblo, rompe las barreras y nos invita a mirar como familia a todos los hombres que escuchan y cumplen la voluntad de Dios.
Y claro que en el contexto evangélico lejos de negar la relación con su madre, se acrecienta pues nadie más que ella ha escuchado y cumplido la voluntad del Padre.
Hoy tendrá una importancia capital sentirnos amados, cuidados y protegidos por nuestro hermano mayor.
A él realmente le podremos llamar “hermano” si nos hemos compenetrado con Él, si hemos aceptado su propuesta, si seguimos sus pasos, si hacemos diálogo con Él.
Pero también nos abre nuevos horizontes para descubrir a esos otros “hermanos” que parecería que no están cercanos a nosotros pero que están escuchando y cumpliendo la voluntad del Padre, a todos esos hermanos que buscan la verdad y que creen en una buena nueva, a todos esos hermanos que pueden descubrir en el otro el rostro de Jesús.
Hoy Jesús nos enseña que hay una familia mucho más grande, mucho más plena y mucho más comprometedora.
San Apolinar
Hoy encontramos en las dos lecturas un reclamo fuerte al pueblo de Israel y a los que escuchan la palabra porque no cambian su actitud.
Mientras con el profeta Miqueas se pregunta el por qué de la obstinación del pueblo, en el evangelio Jesús llama a cuentas a todos sus oyentes que tienen el corazón endurecido.
Miqueas nos relata una larga lista de prodigios realizados por el Señor a favor del pueblo, pero a pesar de todas las maravillas, el pueblo no ha respondido al amor de Dios.
Y cuando el pueblo propone como solución ofrecer nuevos sacrificios, la exigencia del Señor es clara: “Lo que el Señor desea de ti es que practiques la justicia y ames la lealtad y que seas humilde con tu Dios”.
No busca el Señor nuevos sacrificios, quiere cambio radical del corazón. No se conforma con becerros, carneros o aceite, quiere la práctica del verdadero amor: justicia y lealtad.
Hoy también el Señor nos dirige estas mismas palabras y nos mueve a una verdadera conversión.
Hoy necesitamos transformar nuestros ambientes donde se ha instalado la injusticia, el soborno y la corrupción.
Hoy su palabra resuena con más fuerza que nunca, aunque nosotros no queramos escucharla.
También hoy resuena para nosotros que la única señal que se nos dará será la de Jonás profeta, la de la Resurrección del Señor.
Nosotros quisiéramos muchas veces señales que satisficieran más bien nuestras aspiraciones terrenas, pero Jesús lo que nos ofrece es la señal definitiva y contundente de su resurrección.
El Papa Francisco nos dice que la más grande señal que nos puede ofrecer el Señor es su Resurrección y que si creemos tendremos fuerza para levantarnos, para iluminar, para renacer.
Cristo está vivo y nosotros caminamos como si siguiéramos a un muerto, Cristo se hace presente y nosotros no le hacemos caso.
¿Cuál es la señal de que somos cristianos?
La verdadera señal será cuando tengamos fuerza para iluminar, para dar alegría, para dar esperanza, para dar nueva resurrección.
La historia se repite y hoy sucede lo mismo que en tiempos de Jesús: se divide el mundo en buenos y malos, y claro que nosotros nos ponemos siempre del lado de los buenos. Se condena a los demás, se les quiere destruir, se les mira con recelo. Los fariseos y los escribas más que buscar signos de esperanza parecen dispuestos a juzgar, a mirar la paja ajena y a declarar impurezas. Las parábolas del Reino que hoy nos cuenta Jesús aportan un tesoro de humanidad y misericordia que el Antiguo Testamento no se atreve ni siquiera a soñar. Siempre se ligaba la bondad y la rectitud con el progreso y con la riqueza. Jesús ahora abre un nuevo horizonte y con sus parábolas da un brusco giro a toda esta teología: no se puede condenar sin el riesgo de matar brotes de vida, el tiempo del hombre no es el tiempo de Dios. Frente a la impaciencia de los que no pueden ver el bien y el mal, está la paciencia misericordiosa de un “dueño” que aguarda hasta el final para descubrir el interior del hombre. El Reino de Dios se hace presente en la ambigüedad de la historia que debe ir madurando, dando frutos y esperar hasta el momento final. El recurso fácil y hasta tendencioso, de dividir a las personas en buenas y malas, no solamente puede resultar falso, sino que trastoca los valores del Reino y destruye a las personas.
¿Cuántas veces nos hemos encontrado que la justicia ha condenado a quien era inocente? Recuerdo un pobre borrachito al que se le negó su misa de funeral por haberse suicidado, para después de algunos meses descubrir que lo habían asesinado. ¿Cómo juzgar el corazón del hermano y condenarlo? Es cierto que existe el mal y lo comprobamos a diario, pero también es cierto que a nosotros no nos toca juzgar y que con nuestra mirada miope nos equivocamos con muchísima frecuencia. La cizaña ha pasado a ser sinónimo de maldad, de división y de zancadilla, sin embargo el Buen Dios Misericordioso sigue esperando una respuesta de amor de aquella a quien todos condenan. El discípulo de Jesús lejos de constituirse en juez, tiene que aprender del silencio del crecimiento del trigo que debe madurar junto a los demás y no sólo, sino enriquecerse de su presencia. Jesús nos enseña a entrar en diálogo con el hermano que vive junto a nosotros, con sus problemas e inquietudes reales, sin pretender imponer nuestra supuesta superioridad o nuestros mejores criterios. El Reino de los cielos requiere paciencia, no aceleración de procesos.
Pero junto a la aceptación de la convivencia genuina con los demás, hoy se impone al discípulo una fuerte dosis de esperanza, de constancia y de fe. Con demasiada frecuencia nos invaden las actitudes negativas por los pobres resultados obtenidos con ingentes esfuerzos. Lo vemos en lo poco que hemos avanzado en justicia, en la búsqueda de la verdad, en la educación y hasta en nuestro propio crecimiento. Descubrir la maldad en las personas cercanas nos duele mucho, pero ser consciente de los propios fracasos, captar que también hay cizaña en nuestro corazón, puede llevarnos al desaliento y al pesimismo. Hoy Jesús nos enseña que el Reino se va formando de pequeñas acciones, que los pequeños son los importantes en su proceso, que no siempre lo que suena más fuerte es lo más importante. Al mismo Jesús lo tildaron de nefasto e ineficaz, solamente por proceder de un lugar pequeño del que nada bueno podría salir, sin embargo Él fue trigo que se sembró con generosidad en el surco, que sepultado y en tinieblas esperó la resurrección y que en el anonimato del silencio hizo florecer la vida. El discípulo ha de convertirse a Jesús, pero al Jesús sencillo, pobre, al Jesús de Nazaret. Solamente en la vida de Jesús podremos entender la forma de construir el Reino, pues desde la Nazaret ignorada, desde lo pequeño, ha hecho Jesús su estilo de vida y nos ha enseñado que las grandes obras se construyen desde lo pequeño y con los pequeños, con el silencio, con la constancia y con mucha esperanza. Hoy también vemos brotes de esperanza en muchos sitios y en personas que parecen desconocidas, no apaguemos esa mecha que está encendiendo, no despreciemos esos pequeños esfuerzos, no matemos la esperanza. La construcción del Reino requiere paciencia y mucha fe.
Pero no pensemos que las parábolas de Jesús, que nos invitan a mirar a lo pequeño y poner nuestra esperanza en la mano de Dios que da el crecimiento, nos deben conducir a la pasividad. Por el contrario queda muy claro en las parábolas la acción responsable de la persona: “La semilla de mostaza que un hombre siembra en un huerto”, “un poco de levadura que una mujer tomó y mezcló”. El Reino de Dios necesita para su realización, del trabajo y la acción comprometida de hombres y mujeres. Nuestra vida, nuestro compromiso, nuestras actitudes, que parecen insignificantes, van haciendo posible la realización del Reino. La levadura es muy pequeña pero tiene que estar presente si no, no habrá fermento de la masa. Tendrá que deshacerse, “perderse” en toda la masa. Y a nosotros que nos gusta más aparecer, distinguirnos, recibir reconocimientos y actuar poco. Necesitamos dejar actuar a Dios pues Él obra dentro de la masa, en el corazón de la historia y no al margen de las realidades humanas y sociales. Si la levadura no se mezcla e introduce en las realidades de cada día, en el corazón de nuestro mundo, esta sociedad no fermentará y seguirá sin ser Reino.
Hoy reflexionamos varias parábolas y cada una de ellas deja en nuestro corazón un eco que debe resonar y cuestionarnos:
¿Soy semilla del Reino?
¿Acepto, convivo y comparto con las otras semillas o desprecio, juzgo y condeno?
¿Tengo paciencia y perseverancia en las propuestas del Reino?
Papá Dios, Padre Bueno, míranos con amor y multiplica en nosotros los dones de tu gracia para que aprendamos a crecer juntos con los hermanos, en la pequeñez, en el silencio y en la esperanza.
Amén.
Hay personas que quisieran separar vida del evangelio, como si los problemas de la sociedad, sus anhelos, sus dificultades, no tuvieran nada que ver con el evangelio.
En su Exhortación el Papa Francisco nos ofrece todo un capítulo para mostrarnos esa íntima conexión entre el Evangelio y la justicia, entre la Palabra de Dios y el amor al prójimo.
Para Jesús es así: hay una estrecha relación entre el amor de Dios y la justicia. Su actividad no se reduce a meras acciones externas o a curaciones que sólo satisfagan la curiosidad y la necesidad inmediata. Va mucho más lejos y nos lo recuerdan las lecturas de este día.
Primeramente el profeta Miqueas hace un duro recuento de las injusticias que cometen los poderosos en contra de los indefensos: codician y roban los campos; codician y usurpan las casas… violan los derechos, arruinan al hombre. Ante todas estas maldades el Señor no puede permanecer en silencio y hace una dura recriminación al pueblo de Israel que permite tales atrocidades. No puede mirar Dios con beneplácito las injusticias y el dolor de los sencillos y anuncia un duro castigo.
Y en el evangelio, después de que Jesús ha curado a muchos enfermos, se les pide silencio, pero recordando palabras enigmáticas del profeta Isaías: “En él he puesto mi espíritu para que haga brillar la justicia”
Nosotros hemos distorsionado el evangelio y lo hemos encerrado en las sacristías. Somos capaces de convivir con nuestra religiosidad cometiendo atropellos, robos y violencia. La grave corrupción y ola de violencia que azota nuestro país, no puede estar acorde con quienes nos decimos cristianos.
Una fe que no transforme la sociedad no es verdadera fe. Y cuando se utilizan los símbolos religiosos para cometer iniquidades, estamos atentando contra la voluntad de Dios.
Las palabras de Isaías tendrían que aplicarse a todo cristiano, ya que por el bautismo somos junto con Cristo: sacerdotes, profetas y pastores.
También nosotros deberíamos tener esa sensibilidad para dar esperanza, no tumbar la caña resquebrajada, no apagar la mecha que aún humea. Más bien luchar por la justicia y la verdad, despertar la esperanza, hasta que el Señor haga triunfar la justicia sobre la tierra.
Hoy encontramos un pasaje que es el comienzo de graves discusiones entre los fariseos y Jesús. El pretexto es el precepto del sábado.
¿Qué sentido tenía celebrar el sábado?
Nosotros hemos perdido el verdadero sentido del sábado y lo consideramos sin ninguna importancia y por eso nos parecen absurdas estas discusiones.
Pero si miramos qué significa el sábado, tendremos que reconocer su importancia para nuestros días.
Conforme a las Escrituras, desde la narración de la creación del mundo aparece este precepto que nace del mismo descanso divino.
El Señor ha creado todas las cosas y ahora tiene el reposo.
No es sólo el descanso de la fatiga que produce el trabajo.
Es el reconocimiento de una obra bien hecha y el tiempo para una relación con su creador.
Es tiempo de diálogo para con Dios, es reconocer su soberanía y amor. Así el hombre se da tiempo para relacionarse con su creador.
En los preceptos que encontramos en el Sinaí, además de este sentido de relación con el creador, se recuerda el sentido de liberación. Guardar el sábado se le pide a Israel para que no olvide el tiempo de esclavitud, en doble sentido: no olvidar la propia esclavitud, ni hacer esclavos a los demás.
Estas consideraciones nos llevarían a un gran sentido del sábado, o ahora del domingo con la resurrección del Señor, para el hombre moderno.
Necesita el hombre tiempo para acercarse a Dios y reflexión para no convertirse en esclavo ni convertir en esclavo a su hermano. Pero cuando el sábado o las leyes en lugar de dar liberación se convierten en fuente de esclavitud pierden todo su sentido.
Hoy escuchemos a Jesús y miremos si nos damos ese tiempo para Dios, si somos verdaderamente libres o si hemos esclavizado a los demás.
Miremos nuestra celebración del domingo que nos recuerda la Resurrección del Señor con la fuente de vida y liberación para el hombre cristiano. Si nos quedamos amarrados a nuevas esclavitudes que no nos permiten encontrarnos con Dios, o si nos reducimos a meras prescripciones que no dan vida, estaremos pareciéndonos a los fariseos.
Demos un nuevo sentido al día de descanso, ahora el domingo, día del Señor.
Nuestra Señora del Carmen
¿Qué dejan en mi corazón estas breves palabras de Jesús?
¿Cuáles son las cargas que me oprimen y hacen mi vida pesada?
Esta imagen de Jesús que invita a acercarse a Él a todos los que están fatigados y agobiados por la carga, es continuación de toda una actitud vital.
Siempre ha asumido una misión que va dirigida sobre todo a los pequeños y humildes, que son en muchos sentidos quienes llevan no sólo las propias cargas sino también las cargas de toda la sociedad.
¡Qué contradictorios somos!
Muchos pueblos miran a los pobres, a los ancianos, a los enfermos, como una carga, por el contrario, Jesús dirige su mensaje y su evangelio a todos estos que se sienten agobiados.
Sería conveniente que miráramos cuáles son las cargas que oprimen nuestra vida. Con frecuencia son fardos que nosotros mismos nos hemos ido imponiendo y que no son importantes.
El rencor y la venganza,
las envidias y rivalidades,
los vicios y malas aficiones,
hacen pesada la vida de cualquier persona.
Habría que observar que unas cargas ya son naturales a la vida de toda persona, pero que otras muchas las vamos cargando “de a gratis”, y que lejos de ayudarnos hacen más difícil nuestra vida.
A todos, a quienes llevan esas dificultades propias de toda vida como la enfermedad, el dolor, la necesidad; o a quienes se han impuesto nuevas e inútiles cargas, a todos nos llama Jesús. Y, curioso, ¡nos invita a tomar una nueva carga! Su yugo.
Sí, ese instrumento que asociamos al más duro de los trabajos, al más callado de los esfuerzos. Sin embargo, nos asegura que será suave y ligero, porque es un yugo llevado con el sentido del servicio y del amor.
Pone sus condiciones: hacer el corazón igual o semejante al suyo, manso y humilde.
Manso, con la paz y mansedumbre que da la paz interior; humilde que reconociendo las capacidades, y dejando a un lado las ambiciones, el orgullo y la envidia, encuentra la felicidad en el servicio y en el reconocimiento de los demás.
Hoy nos acercamos a Jesús y dejamos que tome en sus manos todas nuestras cargas y preocupaciones.