Monseñor Enrique Díaz Díaz
Obispo de la Diócesis de Irapuato
Polvo, tristeza, abandono y extrema pobreza es lo que se aprecia al acercarse a aquella pobre casa. Bueno, casa es un decir. Unas cuantas tablas derruidas, mal colocadas, cubiertas con unas láminas que dan más la apariencia de una cueva que de casa, y por dentro un estrecho espacio lleno de suciedad. Su “propietaria”, una anciana indígena en el extremo de los abandonos. Sostenida por dos palos en lugar de bastones, casi se arrastra para salir a nuestro encuentro. No tiene a nadie, hace años que abandonó su comunidad y se vino a la ciudad esperando hallar refugio. El idioma, la ancianidad y la enfermedad no le permiten moverse y sólo está a expensas de la compasión de alguno de sus vecinos. Mujer, anciana, indígena, como extranjera en su propia tierra ¿Tendrá también derechos? Hay un mundo de marginación y pobreza, apenas disfrazado, en las colonias de las ciudades.
Las palabras de Isaías suenan como una utopía muy lejana aun para los israelitas. No quieren casi ni tomarla en cuenta. Ya tienen bastante con sus propios problemas como para imaginar que su templo se llena de extranjeros y que se hace santuario de todos los pueblos. Está bien que Isaías diga: “Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse”. Sí, pero ellos entienden la justicia sólo para ellos mismos y la salvación sólo para su pueblo. Como si la justicia y la salvación tuvieran fronteras que no pudieran traspasar. El Señor proclama a través de Isaías que su salvación y su justicia deben llegar a todos los pueblos. Es el grito de miles de migrantes que buscan justicia y que quieren salvación integral y que sólo encuentran abandono y hostilidad, pero hemos puesto barreras y cortinas para ocultar la pobreza y no ver el dolor. Exigimos justicia sólo para nosotros y esperamos salvación sólo a nuestro gusto. Somos capaces de exigir nuestros derechos, pero nos olvidamos de los derechos de los demás. Tenemos miedo al que viene de lejos, al que es diferente y pensamos que sólo son hermanos los que viven junto a nosotros. El Señor es Padre de todos y nos hermana a todos, es quien ha hecho los cielos y la tierra para casa común de todos los pueblos. ¿Por qué nosotros ponemos fronteras y discriminamos a los que vienen de lejos?
Al igual que algunos pueblos en la actualidad, el pueblo de Israel, en el Antiguo Testamento consideraba a los extranjeros como paganos y les negaba el trato y los derechos de hermano. Sin embargo, hay textos muy bellos que cuestionan profundamente estas actitudes. Así nos lo muestra el texto de Isaías y muchos otros que abren la justicia y la salvación a todos los pueblos porque nuestro Dios es Dios de todos. Últimamente se han hecho muchas marchas y muchas manifestaciones a favor de los migrantes, sin embargo, la actitud discriminatoria sigue siendo la misma y la situación que deploramos para nuestros connacionales, la vemos como normal y justificada de parte nuestra hacia los centroamericanos. De igual forma, los campesinos emigran a las ciudades y llegan con toda clase de desventajas: la cultura, la ignorancia de la ciudad y sus retos, la necesidad del trabajo, el hambre… En la ciudad, lejos de mirarlos como hermanos, los vemos como adversarios o abusamos de ellos pagando sueldos miserables, cometiendo injusticias y despreciándolos abiertamente. Las palabras de Isaías son también para nosotros. Tendremos que cambiar de actitudes y buscar caminos para hacer menos difícil e inhumana esta situación. Si miramos al que viene de lejos y con necesidad como hermano, seguramente nuestra actitud cambiará radicalmente. Luchemos por tener leyes más justas y equitativas también para estos hermanos. Ayudemos y demos apoyo con verdadero amor a quienes hoy se encuentran en tierras extrañas para ellos y requieren de nuestra ayuda.
Atreverse es una de las características del hombre y de la mujer de fe. Nada de pasividades, nada de indiferencias, nada de conformismos. San Mateo nos presenta una mujer con todas las circunstancias en su contra: mujer, extranjera y con una hija poseída de la enfermedad (situación que la condena como a gente impura). Todo en contra y sin embargo se atreve a buscar la salvación de su hija. Los primeros resultados son desalentadores, las dificultades grandes y recibe del mismo Jesús el silencio y después una respuesta dura muy acorde con el pensamiento judío que se expresaba con desprecio de los extranjeros. Pero para ella no existen fronteras y acepta el reto. Transforma la imagen que Jesús le opone, y la presenta como la misma razón para ser atendida: “También los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Es búsqueda, es atrevimiento, es fe. Y así también, recibe la más grande alabanza de Jesús y obtiene la salud para su hija. Hoy necesitamos atrevernos, buscar soluciones a los problemas, buscar nuevos caminos para esta nueva realidad, con la seguridad de que Jesús camina con nosotros. El éxito de la mujer cananea es atreverse e imaginar a un Dios que va más allá de las fronteras de los hombres y cuyo amor y misericordia superan todas las barreras. Cuando la fe y el amor se unen no tienen fronteras. Quizás el pecado más grave de nuestros días sea la pasividad y el conformismo con el cual nos cobijamos y nos escudamos para no actuar y no atrevernos a construir el Reino. Es cierto son grandes empresas, pero para eso nos ha llamado el Señor y para eso está presente en medio de nosotros. ¿Podremos atrevernos en la búsqueda o seguiremos quejándonos de todos nuestros problemas con los brazos cruzados y con la fe y la esperanza tibias?
¿Qué hay de fondo tras esta narración? Está toda la ideología del tiempo de Jesús donde Israel se autonombraba como el único portador de las esperanzas de salvación y llamaba infieles a los otros pueblos. Adoptaba una postura intransigente ante los pueblos paganos llamándolos incluso “perros” como sinónimo de incrédulo y en contraposición de la “oveja”, el arquetipo de la docilidad y pertenencia del pueblo. Por otro lado, está toda la discriminación y desprecio que la mujer israelita sufría considerada con frecuencia impura y ocasión de pecado. Xenofobia y discriminación a la mujer, dos lacras presentes también en nuestros ambientes. Jesús, a instancias de la mujer, rompe este muro discriminatorio y termina ofreciendo salvación y alabando la fe de aquella mujer extranjera. Precisamente de aquello de lo que más se enorgullecía Israel, su credo, ahora escucha una alabanza de fe, pero dicha en favor de una mujer, una mujer pagana, cananea. ¿Qué estamos haciendo nosotros frente a estos dos graves problemas?
Enciende, Señor, nuestros corazones con el fuego de tu amor a fin de que, amándote en todo y sobre todo difundamos tu amor entre todos los hombres, respetemos la dignidad de cada uno, en especial de la mujer y los extranjeros, y hagamos vida el Evangelio de tu Hijo, Jesús.
Amén.
Asunción de la Santísima Virgen María
Hoy celebramos una fiesta especial:
la Asunción de la Virgen María.
No es un misterio que esté narrado en ningún evangelio, sino una tradición largamente guardada en la conciencia del pueblo que se hizo “oficial”, hace apenas unos setenta años.
Muchas generaciones han visto, con justificada razón, en la imagen de la mujer del Apocalipsis una imagen de María:
la pequeña, que en manos del Todopoderoso, dio a luz al que sería el salvador del mundo.
Estas mismas imágenes nos llevan a descubrir las nuevas cabezas que tiene el mal, denunciar sus cuernos de poder, pero también a fortalecer nuestra esperanza en el triunfo, no personal ni individualista, sino uniéndonos a Jesús resucitado.
Así María se convierte para cada uno de nosotros en una fuerza que nos alienta en la lucha contra toda clase de mal y que nos llena de esperanza sabiendo en quién hemos puesto toda nuestra confianza.
El bello cántico que San Lucas pone en sus labios refleja toda la actitud del discípulo que busca seguir el camino de la salvación.
Se sabe pequeña, pero en manos de “El que todo lo puede”, se sabe humillada y servidora, pero portadora de vida;
se sabe con dolor, pero con una alegría que hace que su espíritu se llene de gozo y que su alma glorifique al Señor.
Así también nosotros, sus hijos, queremos parecernos a María.
Nos reconocemos pecadores y sumergidos en un mar borrascoso, pero con una estrella que nos guía hasta Jesús.
No sucumbimos a las pruebas y a la tormenta, porque tenemos nuestra ayuda en Dios y Él es nuestro auxilio.
Igual que María, nuestra esperanza la tenemos puesta en la presencia del Señor en medio de su pueblo.
Pero igual que María tendremos que proclamarnos servidores, pequeños y acoger en nuestro corazón la fuerza de su Palabra.
Es cierto que hay graves dificultades, al igual que en las primeras comunidades, pero hoy María anima nuestra esperanza y nuestro compromiso para transformar este mundo, para convertirlo en el deseo de Jesús: un lugar de fraternidad, donde todos tengamos un puesto en la mesa que nos ha preparado Dios.
Que hoy María, al despertar en nosotros el deseo de la alabanza y la acción de gracias, nos conceda descubrir la presencia de Dios en medio de nosotros y mirar con nuevos ojos la realidad que estamos viviendo.
Si sabemos a dónde vamos no podemos perder el rumbo.
Con María, en su Asunción, se despierta nuestra esperanza.
San Maximiliano María Kolbe
Gran polémica ha suscitado en los últimos años el reconocimiento oficial de las relaciones homosexuales como si fueran un matrimonio.
Se exige el respeto a la persona y a sus derechos a elegir.
Se pretende homologar su relación con la relación matrimonial.
Ciertamente tenemos un largo camino que recorrer en el reconocimiento de los derechos de cada persona, pero no sólo de los homosexuales, sino de muchos grupos que se encuentran discriminados y que no tienen ninguna seguridad.
Las personas que han decidido unir sus vidas ciertamente tendrán derecho a todas las seguridades como personas y podrán buscar los caminos para obtener seguridad en todos los aspectos de la vida, pero su unión no puede llamarse matrimonio.
Nos falta encontrar un sano equilibrio entre los derechos de la persona y el respeto a las instituciones y a la comunidad.
No por dar los derechos de la persona destruyamos a los otros; o por sostener a la comunidad destruyamos la persona.
Ya desde los tiempos de Jesús se planteaban muchos de los problemas que ahora nos agobian en torno a la familia: como el divorcio, la infidelidad y aunque, no abiertamente, también se presentaba el problema de la homosexualidad.
Jesús nos invita a descubrir las raíces de la persona, el respeto a cada uno de ellos y el respeto a esa institución que sostiene la familia: el matrimonio.
La creación del hombre y la mujer como imagen de Dios, nos lleva a un profundo respeto de la pareja.
No es el hombre solo o la mujer sola, no es el hombre contrapuesto a la mujer, ni la mujer en lucha contra el hombre.
Es una complementariedad entre ambos para parecerse a Dios.
Muchas veces hemos visto sólo el aspecto utilitario de la familia y nos ha faltado mirar su aspecto de relación de la persona, de misión de amor, de educación y acompañamiento.
Ante las nuevas circunstancias de la sociedad tendremos que descubrir nuevos horizontes que den a la familia posibilidad de realizar su misión. No podemos estar de acuerdo en la facilidad con que se recurre al divorcio y separación como huida de las responsabilidades.
Hoy pedimos al Señor por nuestras familias y nos comprometemos seriamente a cuidar y dar vida a nuestras familias.
Santos Ponciano e Hipólito
Unos de los más graves problemas que afronta nuestro mundo actual es la migración. Todos los países, de una u otra forma, sufren por este fenómeno.
Grandes masas en búsqueda de mejores condiciones de vida, por problemas sociales, políticos o económicos, abandonan sus lugares de origen.
Las situaciones se vuelven difíciles y salen en busca de nuevas oportunidades.
Hemos visto con escándalo y angustia como miles de niños centroamericanos se han lanzado en condiciones infrahumanas en búsqueda de sus familiares o esperando una mejor vida.
Los países receptores con frecuencia los ven como una amenaza y no son raras las veces que se adopta una actitud agresiva y discriminatoria como si los migrantes fueran delincuentes.
Mucho se han discutido las leyes que se tratan de imponer en contra de los migrantes.
Las protestas y descalificaciones no se han hecho esperar.
Pero no se trata solamente de una ley, sino de una actitud que se adopta frente al hermano necesitado.
Tendremos que cambiar tanto al exterior como al interior la actitud frente al migrante, se necesita descubrir las razones de la migración y ofrecer alternativas.
La primera lectura de este día nos presenta al profeta haciendo un agujero en la muralla, y saliendo simbólicamente de la ciudad, en señal de destierro.
La razón: el pueblo no ha escuchado ni vivido la alianza que había pactado con Dios.
La migración es síntoma de unas estructuras que no satisfacen las necesidades del pueblo.
La emigración forzada, la búsqueda de trabajo, explotación infantil, la trata de blancas, la venta de órganos, la fuga de cerebros, el señuelo de una vida cómoda… son sólo algunos aspectos de este grave fenómeno.
Se necesita hacer conciencia para lograr mejores condiciones en nuestros pueblos de origen para que no se ven obligadas las familias a buscar otros caminos.
Se tiene que denunciar las injusticias y discriminaciones que sufren los migrantes que van de paso, se tiene que procurar la alimentación y las condiciones de una vida digna para cada uno de ellos…
Miremos hoy a Cristo, peregrino y migrante, y pensemos qué más podemos hacer en conciencia tanto en nuestros pueblos, como con los migrantes que pasan o los que ya se encuentran en los lugares de destino. Mirar en cada uno de ellos a Cristo que camina.
Santa Juana Francisca de Chantal
El Papa Francisco con preocupación nos dice que una de las tentaciones fuertes, aún dentro de la Iglesia, es el ataque entre los mismos miembros.
Desde el inicio en las comunidades cristianas se presenta esta grave situación: hay divisiones, no todos participan de igual forma y muchos se equivocan.
Se necesita entonces un proceso de reconciliación.
No se puede asumir esa actitud de crítica y condena que tanto daño hace a los grupos y a la sociedad, pero tampoco se puede tomar la actitud de quien no dice nada, todo deja pasar y se hace cómplice de la maldad.
El diálogo fraterno, prudente, cuidadoso, es el camino que nos propone Jesús.
Antes que dar a conocer a todos los defectos de quien se ha equivocado, necesitamos dialogarlo con el presunto acusado.
Y muchas veces nos encontramos que no es tan cierto como lo habíamos imaginado, o bien sucede también que sus errores eran involuntarios y no se había dado cuenta.
Así con frecuencia, en este nivel personal, se resuelven muchos conflictos antes de que vayan más delante.
Esta es una muy buena medida también en las relaciones familiares.
Muchas veces no se habla y se soporta con dificultad la actitud de personas que amamos, pero que se están equivocando y hacen daño a la familia.
Necesitamos hablar los problemas, tanto en la pareja como entre los padres y los hijos o los demás miembros de la familia.
Los otros pasos también son muy oportunos: el diálogo en presencia de otros, esto es muy valedero sobre todo cuando logramos ayudarnos de personas cercanas a quien se ha equivocado.
La prudencia y la verdad serán las reglas de las que nos podemos valer.
Finalmente, la denuncia ante la comunidad.
Es todo lo contrario al camino que se sigue en los grupos y comunidades, donde primeramente se utiliza el chisme y la descalificación y, cuando se ha hecho ya el daño irreparable, se trata de abordar a la persona que para esos momentos se encuentra ya herida y resentida.
¿Por qué no seguir mejor el camino de Jesús?
Miremos su actitud, siempre defendiendo la verdad, pero con una misericordia y con una compasión que en lugar de hundir a la persona, la levanta, la dignifica y le restituye su lugar en la comunidad.
Santa Clara
¿Cómo educar a los hijos hoy en día?
Es la pregunta que se hacen los papás frente al complicado panorama que les presentan los pequeños.
Cada día parecería que es mayor la dificultad de sembrar valores en los jóvenes actuales. Los padres de familia se sienten desarmados frente a la cascada de productos y proyectos ficticios que llenan su cabeza y su corazón.
En días pasados un padre de familia contemplando a sus hijos pequeños, comentaba: “Es como si ya vinieran con un chip integrado y nos superan en agilidad para la computadora y para los celulares y todos los aparatos electrónicos. Cuando nosotros apenas estamos iniciando, ellos ya los han descifrado”.
Sin embargo, esto no es educación y debe preocupar a todos los padres de familia, a los sacerdotes y educadores.
Las palabras de Jesús deben resonar hoy más fuertes que nunca en los dos sentidos: buscar la inocencia y la apertura de los niños, aprender de su disponibilidad; pero también tener mucho cuidado en su educación y en todo aquello que pueda producirles escándalo.
Se debe evitar a toda costa el maltrato físico, psicológico o las violaciones a su libertad, a su inocencia o las violaciones sexuales.
Estamos todavía, casi todos, en una especie de vacaciones forzadas con los niños en casa y es una buena oportunidad para relacionarnos con ellos, para escucharlos, para atenderlos y para orientarlos.
Pero también nos dice Jesús que debemos aprender de ellos.
En aquellos tiempos al más pequeño de los niños de la familia se le concedía el privilegio de hacer la pregunta sobre la forma de actuar de Dios.
Y el mayor daba la respuesta.
No es que los niños tuvieran muchos derechos, sin embargo, Jesús nos los pone de modelo con la finalidad de que también nosotros busquemos estar abiertos y nos cuestionemos sobre la forma de actuar de Dios en nuestra vida.
Que asumamos no las actitudes del sabio o prepotente, sino las actitudes del débil que necesita estar en los brazos de su Padre.
Que sepamos dar y pedir perdón sin grandes resentimientos o venganzas, que amemos igual que un niño con el corazón limpio y con la confianza puesta en Dios nuestro Padre.
San Lorenzo, diácono y mártir.
Hoy celebramos un gran santo en nuestra Iglesia: San Lorenzo, diácono y mártir.
Las lecturas están encaminadas a una reflexión sobre el servicio, diaconía, no sólo de los nombrados y ordenados diáconos, sino de toda la Iglesia y de todo discípulo de Jesús que se tiene que transformar en servidor.
San Lorenzo fue en su tiempo el más importante de los diáconos en Roma y tenía a su cuidado la economía de la Iglesia.
Cuando los jueces y soldados de Valeriano le exigen que presente la riqueza de la Iglesia, Lorenzo presenta una multitud de pobres, lisiados, enfermos, viudas y despreciados, diciendo: “¡Éste es el más grande tesoro de la Iglesia!”
Ese amor a los pobres y pequeños provocó su martirio.
El Concilio Vaticano II y ahora con mucha insistencia el Papa Francisco, nos han lanzado a redescubrir esta dimensión diaconal y de servicio de toda la Iglesia.
Es reinstituido el diaconado permanente que puede ser conferido a hombres casados que en muchas partes de nuestra patria prestan un servicio desinteresado y valioso a sus comunidades.
Con el sacramento del orden y del matrimonio, encuentran una dimensión muy rica en los diferentes espacios de la Iglesia, pero no es una tarea que se les encomiende sólo a ellos y que con eso quede satisfecha esta exigencia.
Todos tenemos que ser servidores, todos tenemos que ser diáconos, no en el sentido de la ordenación sino en el sentido más profundo al que nos invita Jesús con su ejemplo y con la tarea que nos encomienda.
El grano de trigo que no muere queda infecundo, el cristiano que no “sirve”, queda infecundo.
En nuestro mundo de tantas exigencias y de tantos autoritarismos, Cristo y sus seguidores tienen una palabra que puede cambiar profundamente el camino de los pueblos: no ejercer con prepotencia e injusticia la autoridad, sino encarnar el servicio de Jesús.
Ya San Pablo exhortaba a los Corintios sobre el modo cómo debían servir y dar, y resalta la generosidad en nuestro servicio. “El que poco siembra, poco cosecha… Cada quien dé de corazón pues Dios ama al que da con alegría”.
Pidamos en este día por nuestros diáconos, apoyémoslos con nuestro cariño, pero también entendemos que el servicio nos toca a todos y nos hace crecer a todos.
Estamos acostumbrados a las grandes teofanías del Antiguo Testamento donde Dios se manifiesta en medio de truenos, rayos, humo y elementos sísmicos. Elías, el profeta del los rayos y los truenos, el profeta del fuego, el profeta batallador que destruye los ídolos, quiere acercarse a Dios. Lo espera con impaciencia buscándolo en los signos aparatosos y magníficos donde siempre lo ha encontrado. Pero el profeta que tanto ha hablado de Dios, ahora debe descubrir y “vivir” a Dios. Con sorpresa comprueba que el verdadero Dios no es el que vence con la espada, no es el que degüella a los cuatrocientos cincuenta profetas de los falsos dioses, no llega en el viento huracanado que parte las montañas y resquebraja las rocas, no se hace presente en el terremoto ni en el fuego… llega en el murmullo de una brisa suave… en el silencio que alcanza a percibir el corazón, en la intimidad de su alma, en lo profundo de su ser… ahí, siempre nuevo y sorprendente, llega el Señor. En el rumor de un tenue silencio habla el Señor. Quizás sea para superar nuestra sordera que Dios no se pone a gritar a todo volumen sino con un suave rumor sana nuestros oídos para que nos habituemos a escucharlo en el silencio. Entonces, igual que Elías, cubriremos con respeto nuestro rostro, nuestros falsos conceptos de Dios, y nos dispondremos a escucharlo.
Elías sale de la cueva transformado, ahora podrá hablar de Dios, no ya gritando e invocando fuego del cielo, sino en voz baja, susurrando palabras suaves que no profanan el misterio. En adelante cambia totalmente el tono y el estilo de su testimonio que se hace discreto, delicado, menos aparatoso sin que por ello pierda su energía y su verdad. Su testimonio tiene la fuerza del silencio de Dios. Sí, el silencio del amante que tiene mil cosas que decir y prefiere decirlas en silencio. El silencio en el lenguaje del amor es mensaje y comunicación. Y este es un rostro nuevo de Dios para muchos de nosotros que quisiéramos milagros estrepitosos, fundamentalismos intransigentes y declaraciones tajantes. San Pablo, en uno de esos arranques místicos, se sumerge en el interior de su conciencia para descubrir a la luz del Espíritu Santo, todo el dolor que le provoca la negatividad de sus hermanos. Cambia totalmente su actitud condenatoria y está dispuesto “hasta a verse separado de Cristo si eso fuera para bien de sus hermanos”.
También Jesús en el inicio de este pasaje obliga a sus discípulos a que abandonen la multitud después de la multiplicación de los panes, no les permite el ruido del triunfalismo ni se expone a los reconocimientos. A ellos los lanza a la navegación, mientras Él busca la soledad en el monte para, a solas, encontrarse con Dios, su Padre. Y es que para escuchar a Dios, igual que para escuchar a toda persona, se requiere el respeto, la acogida y la capacidad de escucha. Es una bofetada al amigo, cuando lo dejamos con la palabra en la boca. Es una irreverencia a Dios, cuando preferimos nuestros ruidos y no le damos el espacio ni el respeto a su persona. Claro que acoger a Dios implica el riesgo de tener que cambiar nuestras actitudes y nuestros fundamentalismos que sacrifican la verdad y la relación con el verdadero Dios, en aras de nuestras seguridades. Cuántas veces estos fundamentalismos se convierten en violencia agresiva y en eliminación de quien no piensa como nosotros. Escuchar a Dios es poner en Él nuestras seguridades y abrirnos al hermano que se transforma también en rostro de Dios. La seguridad del amor de Dios y del amor a Dios, lejos de hacernos intransigentes, nos conduce a la máxima fidelidad a Él conjugada con la máxima capacidad de acogida a quien es distinto, y de igualdad fraterna.
A diferencia de la paz y comunicación de Jesús, los discípulos se ven sometidos a las sacudidas de la tormenta y a los vaivenes del viento contrario. Están agitados y la oscuridad de la noche aumenta su temor. Con el alba llega también Jesús, y con Jesús, después de las primeras confusiones, la paz, la tranquilidad y la armonía. Sus palabras consoladoras tienen que ser escuchadas: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”. Y ya en confianza, acepta el reto lanzado por Pedro de concederle caminar sobre las aguas. Jesús hasta ese capricho concede, pero Pedro al caminar sobre las aguas pierde sus seguridades y se hunde recibiendo el reproche de Jesús: “hombre de poca fe”. Para la relación con el Otro, para la relación con Jesús, se tiene que abandonar toda seguridad propia y establecer una relación plena y confiada para abriendo los brazos ponerse en las manos de Dios.
Este relato contiene una enseñanza dirigida a la comunidad cristiana de todos los tiempos, para que afronte con apertura y valentía el encuentro con Jesús, para que acepte los riesgos del diálogo con Dios, y para que, sintiendo su presencia, no vacile ni tenga miedo ante las dificultades que la acosan. Como Pedro y los demás discípulos sentimos los fuertes vientos que hacen vacilar nuestra barca y zarandean nuestras seguridades. Nos provocan temores y estamos a punto de naufragar. Nuestra tentación es buscar nuestras seguridades y no escuchar “el silencio amoroso” de Dios, no acogernos a la mano que nos tiende Jesús. Acerquémonos, descubramos esta manifestación de Jesús que primero se hace cercano a la multitud hambrienta y después viene en busca de aquellos hombres asustados y desorientados. Que Él transforme nuestra noche atormentada en un amanecer de paz y alegría.
¿Sabremos descubrir el silencio amoroso de Dios?
¿Cómo puedo hoy dar espacio a su mensaje?
¿Cuáles son mis actitudes de escucha?
¿A qué me compromete este encuentro?
Señor Jesús, que te haces presente en medio de las tempestades y las tormentas, tiende tu mano abierta y amorosa a quien se ahoga en sus ruidos, sus seguridades y sus egoísmos.
Amén.
Santo Domingo de Guzmán
Si leemos el texto que hoy nos presenta el profeta Habacuc, muchos nos uniremos a los fuertes reclamos que hace al Señor pues el mal parece florecer ante el silencio del Todopoderoso.
Las injusticias que el pueblo Caldeo comete en contra de Israel provocan su ira y lo acusa de que no tiene en cuenta el dolor de su pueblo.
La respuesta del Señor, aunque aparentemente débil y lejana, termina afirmando: “el malvado sucumbirá sin remedio; el justo vivirá por su fe”.
Una fe que exige una entrega plena y una donación de toda la persona, para ponerse en manos de su Señor, aún en los momentos de oscuridad.
Es una fe que se sostiene y alimenta del amor que nos tiene nuestro Creador y que se ilumina con su palabra.
Es una fe que en los momentos de oscuridad sostiene, no basados en las propias fuerzas, sino confiando plenamente en la Fuerza del Señor.
El pasaje del Nuevo Testamento también nos habla de la fe.
Los discípulos no pueden enfrentarse al mal y no son capaces de vencer la enfermedad de aquel muchacho.
El reclamo de Jesús es la falta de fe.
En nuestro mundo muchos afirman que con la ciencia y la tecnología nos hemos vaciado de fe como si la fe estuviera reñida con la ciencia.
Nada más erróneo y equivocado.
Mientras más profundicemos en conocimientos, más podemos creer en la fe.
El problema estriba en que muchas veces orgullosamente se piensa que todo se tiene y se prescinde de Dios.
Sin embargo, la fe va mucho más allá.
Así como el amor, aunque haya estudios, no puede reducirse a datos científicos, tampoco la fe.
Es confianza plena en el Señor.
Quizás en los últimos tiempos hemos confundido la fe, con esa espectacularidad que ofrecen algunos grupos religiosos prometiendo curaciones asombrosas.
Pero la fe es mucho más: es la vida del justo, es el sostén del creyente, es la guía del discípulo.
Hoy pidamos el don de la fe, pero también busquemos los caminos para hacerla más fuerte: la oración, la enseñanza, la lectura orante de la palabra y la confianza en el Señor.
Santos Sixto II y compañeros
San Cayetano
Duras estas palabras de Jesús para nuestro mundo.
Todo nos invita a la comodidad, al placer, al menor esfuerzo.
La psicología y la sociología nos dicen que hay que aceptarse como cada quien es y sólo así será feliz.
Que no hay que tener complejos, ni sentimientos de culpa… hay que disfrutar la vida y ser feliz, sin importar el cómo.
El Papa Francisco nos pone en guardia contra esta tentación: “como hijos de esta época, todos nos vemos afectados de algún modo por la cultura globalizada actual que, sin dejar de mostrarnos valores y nuevas posibilidades, también puede limitarnos, condicionarnos e incluso enfermarnos”.
Quizás lo más triste sea que no nos damos cuenta.
Tan inmersos estamos en esta cultura que nos envuelve que muchas actitudes las vemos como normales y las justificamos ingenuamente.
En cambio Cristo habla de renunciar y de tomar la cruz para poder ser felices.
¿Una contradicción?
¿No se puede ser feliz siguiendo a Jesús?
Al contrario, está demostrado quien se acepta a sí mismo como es, quien reconoce sus cualidades y sus defectos pero se siente libre para actuar es más feliz.
Esto es lo que nos propone Jesús para encontrar la verdadera libertad.
Lo que el mundo nos propone es esclavitud, cadenas de placer, de tener o de poder… que nos atan y nos someten.
La cruz de Jesús libera porque encierra en sí misma las dos dimensiones que hacen al hombre feliz: reconocerse Hijo de Dios, saberse amado de Dios, en el plano vertical de la cruz; y saberse hermano y amar a los hermanos, en el plano horizontal de la cruz.
Así se tiene la vida plena con Dios y la vida plena y compartida con los hermanos.
Sólo quien vive así, encuentra la vida, de lo contrario la perderá.
También a ti se dirigen las palabras de Jesús en este día: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?”.
Palabras profundas y sabias llenas de una ternura que invita a un nuevo estilo de vida y a revisar los valores que mueven nuestras acciones.
¿Qué le respondes a Jesús?
¿Qué valores hay en tu corazón?
Que hoy vivas plenamente para Dios y para tus hermanos, así encontrarás la verdadera alegría.
La Transfiguración del Señor
En días pasados, pedí a niños muy pequeños de una comunidad que iluminaran con colores algunas láminas bíblicas.
Algunos de ellos son tan pequeñitos que casi no tienen costumbre de usar los colores y para quienes las primeras veces es difícil combinar los colores.
Así uno de ellos, tomó un color muy oscuro y empezó a rellenar el rostro de Jesús.
Cuando terminó era imposible reconocer el rostro del maestro sentado en medio de sus discípulos.
Él lo hacía en su ingenuidad y con orgullo mostraba su trabajo.
Yo me quedé pensando como nosotros, borramos y oscurecemos el rostro de Jesús cuando por nuestras ambiciones y egoísmos lo cubrimos con nuestros propios colores a nuestro capricho.
La Transfiguración es todo lo contrario:
manifestar el verdadero rostro de Jesús para que sus discípulos, que lo verán velado por el dolor y la cruz, no se olviden de ese rostro resplandeciente.
Es difícil reconocer el rostro de Jesús en muchas ocasiones, pero al mismo tiempo que ese rostro resplandeciente se nos manifiesta nos recuerda que sigue presente en rostro de todos y cada uno de los hermanos.
Los rostros de los campesinos desilusionados con sus labores que no son reconocidas en su justo valor; los rostros de las mujeres despreciadas, abusadas y violentadas; los rostros de los niños que miran con incertidumbre el futuro; los rostros de miles de obreros que han perdido la esperanza; los rostros de las familias destrozadas por la migración y los egoísmos, en fin miles de rostros que hoy nos hacen presente el rostro de Jesús.
La manifestación de Jesús en este día nos dé valor para descubrirlo, limpiarlo y tratarlo con dignidad en esos rostros deformados.
El rostro resplandeciente nos ayude a llenar de luz, la oscuridad de nuestros caminos.
El rostro en comunión con la ley y los profetas, nos aliente en nuestra búsqueda de verdadera justicia.
Que la Palabra del Padre que resuena en este acontecimiento: “Éste es mi Hijo, mi escogido, escúchenlo”, nos lleve a descubrir y a escuchar a Jesús en cada uno de los rostros de nuestros hermanos.
En una narración donde aparece la clara discriminación que sentían los judíos hacia los pueblos vecinos, aparece una actitud de Jesús que a muchos desconcierta.
Una mujer cananea con graves necesidades se acerca a Jesús para pedir por la salud de su hija.
Todos se dan cuenta, todos la miran con compasión y sólo Jesús parece hacerse el desentendido sin hacer caso a los gritos de aquella adolorida mujer.
Lo más grave son las respuestas que da Jesús primero a sus discípulos diciendo que ha sido enviado solamente a las ovejas de la casa de Israel, y después, en una expresión que muchos juzgan despectiva, responde a la mujer que “no está bien quitarles el pan a los hijos para dárselos a los perritos”.
La respuesta y la fe de aquella mujer logran lo que no lograron las críticas y murmuraciones de los fariseos.
Hay quienes juzgan que esta mujer “logró convertir” a Jesús y hacerle conocer su misión universal.
Hay quienes dicen que sólo es una actitud pedagógica de Jesús respecto a la mujer.
Sea lo que fuere, lo cierto es que en este pasaje aparece claramente la actitud del pueblo de Israel que se creía elegido, especial, salvado, y que por ello despreciaba a los otros pueblos.
En fuerte contraste resplandece la perseverancia de la mujer en buscar la salvación de su hija y la apertura de la salvación para todos los pueblos.
La alabanza a una mujer cananea, salida de los labios de Jesús, caería como balde de agua fría a los oyentes tan remilgosos y tan apegados supuestamente a sus leyes.
Es una apertura del mensaje de Jesús a todos los pueblos y al mismo tiempo una condena a la tibia fe de los que se decían verdaderos israelitas.
Es también una clara llamada de atención a nuestro mundo tan lleno de contrastes y discriminaciones, tan fácil para condenar a los que piensan diferente, tan cerrado para mirar más allá de sus propios pensamientos.
Y la fe de la mujer es una enseñanza nos pide que afiancemos nuestra fe, que no sea solamente una fe tradicional o acomodaticia, sino que se finque firmemente en Jesús. Guardemos estas enseñanzas en nuestro corazón.
San Juan María Vianney
¿Son malas las tradiciones humanas?
A veces Jesús daría la impresión de condenar las tradiciones de su pueblo y poner en duda su contenido y la forma de seguirlas.
Pero Cristo no condena las tradiciones por sí mismas sino cuando en lugar de esclarecer y dar vida, oscurecen y esclavizan.
No suprime los profetas, los escribas o los maestros por sí mismos, sino las discusiones inútiles que sofocan el verdadero significado de las leyes y tradiciones.
Las minuciosas observancias religiosas en lugar de acercar y hacer más palpable la presencia de Dios, parecían sofocar y atorar a las personas en su búsqueda de Dios.
El Papa Francisco nos dice que quizás hoy nos pasen situaciones parecidas y estemos juzgando sólo por exterioridades y no por lo que hay en el corazón.
Insiste en que busquemos qué es lo más importante en el mensaje de Jesús.
Cristo no está en contra de la higiene o de la salud preventiva, muy al contrario, toda su actuación es a favor de la vida.
Pero cuando se ponen las prescripciones por encima de la persona, cuando se juzga a alguien solamente por los actos exteriores, corremos el riesgo de equivocarnos rotundamente.
Hay quien va a misa los domingos solamente por cumplir y no está atento, no dialoga con Dios, no se compromete con los hermanos, esa Eucaristía queda vacía, aunque esta persona sienta que ha cumplido.
Hay muchos ritos que hacemos y que parecen religiosos pero que más bien se asemejan a ritos paganos o amuletos con los que buscamos protegernos pero que no establecen una verdadera relación con Dios y con los hermanos.
Una estampita, un rosario, un recuerdo de un santuario, estarían bien si esto nos lleva a un compromiso de vivir como discípulos de Jesús, pero cuando se convierten sólo en rito exterior, corremos el riesgo de quedarnos vacíos por dentro.
A Jesús le importa mucho lo que hay en el corazón del hombre y lo que florece en su interior.
Con Él no podremos tener doble cara o intenciones veladas, para Él importa la transparencia del corazón.
La condena que hace es muy fuerte, pero tiene que hacernos pensar en nuestra escala de valores porque podemos equivocarnos y estar dando importancia a minucias y no atender a lo que realmente es importante.
Hay en el pasaje de este día muchas enseñanzas para nuestra vida.
En un primer momento encontramos a Jesús haciendo oración.
Lo repite tanto el evangelio que nos parece natural, pero es una enseñanza para nosotros pues así debería ser nuestra oración: constante, hasta parecer natural, que en todo momento y cada día busquemos hacer oración, vivir en la presencia de Dios Padre.
Pero mientras Jesús hace oración, los discípulos se embarcan solos y tienen que enfrentarse a las adversidades que la naturaleza les presenta.
¿Porque se han marchado a navegar sin Jesús?
El mismo Jesús les había pedido que subieran a la barca, pero su soledad hace que la tormenta les cause miedo y sientan que el viento era contrario.
Y entonces, cuando parece ir todo en contra, cuando las olas sacuden a barca, se presenta Jesús.
La reacción de los discípulos en lugar de ser de alegría, es de temor, pues creen ver un fantasma.
¿Cuántas veces nos sucede esto?
¿Cuántas veces ante la adversidad la presencia de Jesús la sentimos como una amenaza y nos llenamos de ira porque no lo descubrimos claramente?
Sin embargo, Jesús en esos momentos navega con nosotros.
No nos deja solos.
Nos dice también a nosotros: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”
Son palabras para nosotros y necesitamos escucharlas con atención.
Necesitamos sentir esa presencia de Jesús y poner en paz nuestro corazón.
Si estamos en la enfermedad, si las olas de las dificultades nos azotan, si percibimos el miedo, Cristo se acerca a nosotros y nos dice también que no temamos que es Él quien navega con nosotros.
Cristo no es un fantasma, sino que se acerca a cada uno de nosotros, para eso se ha encarnado, para eso se ha hecho semejante a nosotros.
Quizás a nosotros nos falte fe y, al igual que Pedro, pidamos señales prodigiosas que nada tienen que ver con las necesidades.
Cristo se lo concede solamente para favorecer la confianza y sostenerlo con su mano.
Hoy al sentir la adversidad, no olvidemos que la mano de Cristo está tendida para sostenernos.
Con su palabra calma la tempestad y podemos continuar, con su presencia, seguros nuestra travesía.
Ante una misma situación qué diferentes actitudes. En todo nuestro país hemos sufrido la pandemia. Por casualidad escuché en estos días dos conversaciones muy diferentes ante el mismo problema. Unas personas se organizaron para dar comidas, despensas, insumos, en la parroquia… En cambio, otro grupo de personas presumía cómo la necesidad favoreció su negocio y esperan sacar jugosas ganancias “con el hambre” de los que lo necesitan.
La pandemia ha evidenciado las diferencias. Es insultante el contraste entre los millones de gastos superfluos e innecesarios, en armas, en protección, en propaganda y ruido, mientras los niños desnutridos y las mujeres anémicas siguen desfalleciendo en nuestro territorio. Los famosos programas pretenden disfrazar con tantos por cientos y proporciones medias, la realidad del hambre que se siente en el estómago y en la enfermedad de cada persona. Yo quisiera creer que son verdaderas las cifras que se ofrecen y que vamos avanzando, pero en la mesa pobre de miles de familias se ve cada día más miseria, menos alimentos y más enfermedad. Y frente a un mundo de despilfarro, resuenan las palabras del profeta Isaías: “¿Por qué gastar el dinero en lo que no es pan y el salario, en lo que no alimenta?”.
Si lo primero es vivir con dignidad
¿por qué seguimos las normas de un mundo tan injusto, desequilibrado y superficial?
Los milagros de Jesús no tienen solamente como objeto demostrar su divinidad y su poder, encierran muchas más enseñanzas y nos confrontan con las actitudes ordinarias que tomamos. Así el milagro no quedará solamente en la bella escena de la multiplicación de los panes que sació a aquella multitud, sino que nos colocará irremediablemente frente a la ola de migrantes, campesinos, obreros, desempleados, que empujados por el hambre parecen desfallecer. Simbólica y muy llamativa la nota que nos describe el momento concreto puesta en los labios de los discípulos: “Estamos en despoblado, empieza oscurecer… no tenemos más que cinco panes y dos pescados”.
Ahora podríamos añadir muchas otras circunstancias que hacen difícil proporcionar alimentos a las multitudes hambrientas: la escasez de alimentos, la multiplicación de la población, el desplome comercial y un largo etcétera que parecería disculparnos. Pero frente al hambre y la necesidad del hermano, Jesús no admite excusas: “No hace falta que vayan. Denles ustedes de comer”.
Jesús no acepta nuestra retirada ni nuestra indiferencia, nos mete de lleno en un problema que es nuestro y frente al cual no podemos estar indiferentes.
Los discípulos no adoptan la postura despreocupada de muchos de nuestros contemporáneos que culpan de la pobreza y del hambre a quienes la padecen. Ya San Juan Crisóstomo solía decir que la división de la humanidad en ricos y pobres convierte a unos en inhumanos y a los otros en infrahumanos. Pero ahora todo lo quieren disimular con el anonimato y se piensa que nadie tiene la culpa de todas estas injusticias, como si tuvieran la culpa las leyes naturales y no fuera responsabilidad de la ambición de los hombres. Sin embargo, los discípulos tampoco se quieren hacer responsables y buscan la salida fácil: “que cada quien se rasque con sus propias uñas”, los despedimos y asunto arreglado. Jesús no permite jamás una solución que ponga en peligro a las personas, que rompa la comunidad y que propicie la injusticia. Exige a sus discípulos que asuman sus responsabilidades y que aporten lo que tienen para formar la mesa común. Jesús, ni en las peores circunstancias, claudica de su sueño y de mostrarnos que otro mundo es posible, que se puede vivir y compartir como hijos de un único Padre. Que un pan, partido y compartido, lejos de disminuir, se multiplica. En la narración se nos manifiesta muy claramente que una mesa en común, donde todos puedan satisfacerse, ciertamente es un regalo y un milagro de Dios, pero también necesita la disposición y el compartir humano.
Denles de comer, es la respuesta de Jesús y no bromea. Sabe que un hermano no debe dar la espalda a su hermano y que la persona tiene la capacidad en sí misma para solventar los problemas que afectan el reparto de los bienes de la vida. Esa capacidad existe, pero es preciso ponerla en funcionamiento. El discípulo se excusa con lo más fácil: pone la pobreza como obstáculo insalvable. Pero Jesús hace ver que ese no puede ser un impedimento definitivo para un reparto de los bienes. La dificultad está en el corazón de la persona que se abalanza sobre la posesión y el dominio. El sentido de posesión vela y oculta las posibilidades de reparto.
¿No se ponen muros para que los demás no vengan a molestarnos con su hambre y su miseria?
¿Acaso no se gasta más en armamentos y guerras que en soluciones para el hambre?
¿No volteamos la espalda con la excusa de que apenas la vamos pasando?
Para Jesús no hay excusa y hoy sigue insistiendo: denles de comer.
Pero no dice que demos migajas, si revisamos el relato, encontramos que hay diálogo, escucha de la palabra, mesa común; les pide que se sienten sobre el pasto, como lo hace quien es libre; hay la participación plena y la colaboración mutua. Se entrega todo lo que se tiene, así sea muy poco, pero también se está dispuesto a recibir; sólo esta entrega y apertura hace posible el milagro. Un milagro de aquellos tiempos, pero también un milagro actual: las palabras que nos dice Mateo nos recuerdan mucho la Eucaristía: tomó…miró al cielo… bendijo… los repartió. La Eucaristía es la más grande expresión de gratuidad y entrega. Es el más grande milagro, pero también debe ser el más grande compromiso con un deber social fortísimo hacia el hermano necesitado. Si no, la Eucaristía se convierte en una mentira y en una contradicción.
¿A qué nos comprometemos al participar en la Eucaristía?
¿Cuáles son nuestras actitudes ordinarias ante las necesidades?
¿Cuáles son las pequeñas acciones que estamos haciendo frente a la pobreza?
Señor, tú que eres nuestro creador y quien amorosamente dispone toda nuestra vida, renuévanos conforme a la imagen de tu Hijo, ayúdanos a imitarlo y a ser coherentes con nuestra fe.
Amén.
San Alfonso María de Ligorio
Cuando suceden graves desgracias, se busca los culpables y casi siempre se acaba por achacarle a uno solo toda la culpabilidad.
Los demás se excusan y liberan con muy diferentes pretextos.
Si miramos el asesinato o martirio de Juan Bautista podemos tener un reflejo de lo que sucede en nuestros ambientes.
Herodes parece disfrutar escuchando a Juan Bautista, sin embargo, una pasión y un amor mal entendido le cierran el corazón.
Nunca pensaría en matarlo, pero poco a poco aleja sus remordimientos y, por no quedar mal, acepta realizar el crimen.
Si le preguntáramos en un inicio si sería capaz de cometer tal asesinato, seguramente nos respondería que no.
Pero también así nos sucede a nosotros: una mentira llama a otra mentira mayor; una injusticia provoca otra injusticia; si nos dejamos llevar por la pasión, después no podemos detenernos.
El mal, como también el bien, crece con las acciones.
Los otros protagonistas también tienen su culpa, la hija de Herodías que aprovechando sus dotes de bailarina provoca situaciones favorables a los planes de su madre.
La misma Herodías que encuentra la ocasión para librarse de quien le reclama su pecado.
A nosotros quizás nos pase igual: aprovechamos nuestras cualidades no para vivir y difundir el evangelio, sino para nuestros propios proyectos; utilizamos las personas para nuestros propios fines, y olvidamos la justicia.
Son tantas las situaciones que se presentan en nuestra sociedad, donde se ha utilizado a las personas, donde se han cometido crímenes, y nadie parece culpable.
También están los espectadores.
Miran con complacencia el baile, provocan la promesa de Herodes, presionan con sus aprobaciones y después callan cuando se comete el crimen.
Gran parte de las situaciones de injusticia se deben a los que nos consideramos espectadores y con nuestra indiferencia o aceptación, provocamos se continúe viviendo situaciones de injusticia, corrupción, narcotráfico y violencia.
Nadie puede permanecer indiferente frente a la injusticia
¿Qué nos dice para nuestros días este pasaje?