Monseñor Enrique Díaz Díaz
Obispo de la Diócesis de Irapuato
Lo que es de Dios
Pregunta embarazosa
Pocas frases son tan citadas y tan comentadas como la que nos ofrece en el pasaje de este día el evangelio de San Mateo, pero también pocas frases tan manipuladas y utilizadas para los propios intereses. En realidad la respuesta de Jesús está condicionada por quiénes hacen la pregunta y también por sus intenciones. Desautoriza a quienes llegan con dobles intenciones y no van con el corazón limpio en busca de la verdad. Ellos que se están enriqueciendo con el tributo a un Templo hecho por Herodes y con dinero que lleva la imagen del César pero también la sangre y el tributo de los sometidos, vienen ahora a poner preguntas sobre licitudes y conveniencias. La pregunta esperaría de Jesús una respuesta estilo zelota en contra del imperio Romano al que ya muchas veces había denunciado, o bien una respuesta a favor del imperio que lo desprestigiara frente al pueblo que está sufriendo. Pero las palabras de Jesús resultan contundentes: “Hipócritas, ¿por qué tratan de sorprenderme?”.
La salida de Jesús los deja confundidos y expuestos. Jesús escapa de la trampa volviéndola contra sus adversarios. Quizás sea solamente eso, una respuesta sarcástica e inteligente que pone en evidencia a los que acumulan riquezas extorsionando a los pequeños y conviviendo en contubernio con quienes oprimen al pueblo. Pero también puede verse en esta respuesta un atisbo de la opción de Jesús de poner como único dueño y como único Señor a Dios.
Den al César
Más de una vez se ha usado esta frase para defender la total separación entre el ámbito político y el ámbito religioso o también se le ha utilizado como excusa para no afrontar los deberes ciudadanos frente al bien común. No se refería a esto Jesús de Nazaret cuando dijo esta famosa frase. Si un cristiano dice estas palabras en sentido disyuntivo y excluyente, no está usando la frase de Cristo en el sentido correcto y verdadero, porque todo cristiano tiene que cumplir al mismo tiempo con sus obligaciones políticas y con sus obligaciones religiosas, tanto se trate de la obligación de mandar como de la obligación de obedecer. Lo que Cristo condena con toda claridad es la manipulación de la religión a favor de un partido o gobierno, pero al mismo tiempo también denuncia al gobierno que impone y subyuga una religión. Muchas veces las situaciones de desigualdad y de privilegio necesitan una justificación ideológica y religiosa. Se utilizan argumentos religiosos y hasta divinos para sostener autoridades o privilegios que humanamente parecerían equivocados. Y la utilización de Dios contra la justicia es de las cosas que menos puede tolerar Jesús, quizás porque Él vivía exclusivamente de la experiencia de un Dios-Papá que es el único que hace al hombre justo. El discípulo de Jesús y la Iglesia pueden vivir en medio de dos tentaciones opuestas: la tentación teocrática o el repliegue espiritualista. Por eso han existido tantos césares que confunden su causa con la de Dios y representantes de Dios que ambicionan convertirse en césares. Por eso se han manipulado autoridades pero también se han dejado correr injusticias en silencio e indiferencia como si al discípulo no se le exigiera velar por la justicia y la verdad. En su respuesta Jesús no pone a Dios y al César al mismo nivel. Afirma la primacía de Dios y, desde ahí, descubre a los fariseos y herodianos su hipocresía, mostrando la dimensión religioso-política del impuesto y las monedas que se usan. Desenmascara las verdaderas intenciones que se esconden detrás de velos religiosos. Con su respuesta, Jesús también nos descubre a nosotros si no estamos dando la verdadera primacía a Dios y, tras su imagen, nos dejamos subyugar por los bienes materiales, por el poder, por la fama.
Libertad del corazón
Devolver a Dios lo que es de Dios supone reconocer que sólo Él es el Señor, pero también supone devolverle el pueblo, la creación y su proyecto de justicia y fraternidad. Nadie queda excluido de la obligación de promover una verdadera justicia y nadie puede esconderse en la sacristía en los momentos de crisis donde urge la presencia, la valentía y el dinamismo de los discípulos. Pero tampoco nadie puede arrogarse la inteligencia y la bondad divina utilizando la religión para sus proyectos personales o partidistas. Si el ser humano es la imagen de Dios, éste es propiedad de Dios y con él no se puede jugar con otros intereses. Queda desautorizada cualquier pretensión de dominio absoluto sobre el pueblo, la tierra y la persona humana. Cristo pone en nuestras manos la verdadera decisión de saber utilizar todos los medios para la construcción del Reino, pero no para manipular los sentimientos religiosos. Con una verdadera libertad del corazón, en nuestra vida personal, en la familia y en la sociedad, siempre debemos buscar la primacía de Dios porque sólo a Él pertenece el dominio absoluto, pero debemos evitar todo uso o manipulación de Dios. El verdadero discípulo no puede permanecer indiferente ante la política como si la religión lo tranquilizara; todo lo contrario se pondrá “Evangelio” y presencia de Dios en la vida social, económica y política. El Evangelio de este día nos recuerda que hay que escuchar siempre la palabra de Dios, por encima de cualquier otro interés, y que no se puede arrinconar a Dios al mundo de lo privado. No podemos convertirnos en esclavos de las cosas, del poder ni de la religión, sino en servidores del Dios vivo.
¿Cómo asumo mis responsabilidades civiles: busco el bien de la comunidad o mis propios intereses?
¿Actúo con indiferencia ante los problemas sociales y políticos, o participo responsablemente?
¿Qué lugar ocupa Dios en mi corazón y cómo lo manifiesto en mi relación con mis hermanos?
Señor Jesús que con tu vida y ejemplo nos has enseñado la primacía de la voluntad de tu Padre y la construcción del Reino, ayúdanos a tener libre el corazón para servirle con un corazón sincero y buscar cumplir en todo su voluntad.
Amén
San Ignacio de Antioquía
¿De dónde tomará el discípulo su fortaleza y su seguridad frente a las adversidades?
¿Cómo puede mantenerse firme si todo a su alrededor se tambalea?
La recompensa que tiene el discípulo al seguir a Jesús es muy valiosa: sentirá siempre su presencia.
No promete Jesús esa prepotencia que tenían los fariseos al sentirse seguros en el cumplimiento de la ley.
No, lo que Jesús promete es esa certeza que nos acompañará en todos los momentos de dolor, de enfrentamiento y de conflicto.
Reconocer a Jesús como nuestro Dueño y Señor, aceptar que la construcción de su Reino es la prioridad de nuestras vidas, nos da mucha seguridad para hacer el camino de la vida.
En ningún momento Jesús asegura que no habrá contratiempos ni persecuciones, al contrario nos previene para que en esos momentos de contrariedad tengamos la fe suficiente en quien es nuestra fortaleza.
Son muy importantes las palabras y la promesa de Jesús en estos momentos de duda e incertidumbre: confiemos en su palabra que el Espíritu Santo nos sostendrá y nos iluminará.
Ante los ataques, las críticas y las burlas a quien vive el Evangelio, no podemos caer en la tentación de la venganza y la descalificación.
Por una parte estará la consciente reflexión para descubrir en qué nos hemos equivocado, pero por otra estará la certeza que nos da Jesús: “lo reconocerá abiertamente el Hijo del hombre”.
Si nosotros no negamos a Jesús ni en nuestras palabras ni en nuestras actitudes, ciertamente el Señor Jesús no nos negará ya que nos ama tanto.
Es necesario pues apostar y luchar por el proyecto que Jesús amó hasta llevarlo a sus últimas consecuencias.
No acepta Jesús un seguimiento ambiguo y débil, incoherente, que no sea capaz de hacer fructificar el Reino.
Asumamos nuestras responsabilidades de discípulos y tomemos la decisión de seguir a Jesús, sabiendo ciertamente que hacerse discípulo implica asumir el conflicto y compartir la misma suerte de Jesús.
Pero no tengamos miedo porque el Espíritu Santo nos enseñará en aquel momento lo que convenga decir.
Si participamos de su dolor y muerte, participaremos también de su resurrección.
Santa Eduviges
Santa Margarita María Alacoque
Cuando escuchamos estas palabras de Jesús seguramente nos quedaremos pensado lo difícil que es encontrar el verdadero equilibrio: no hay que temer al que mata el cuerpo, pero sí hay que temer al que mata al alma; debemos sentirnos protegidos y cuidados de Dios, pero debemos tener una gran claridad para no caer en hipocresías y oscuridades.
Para Jesús está todo muy claro.
De ninguna manera se puede vivir en la hipocresía porque daña a los hermanos, porque nos deshumaniza y porque a fin de cuentas también nos daña a nosotros mismos ya que hacemos una caricatura de nuestra persona.
Con cuanta razón condena el Papa Francisco los chismes que destruyen la comunidad.
No es fácil en este tiempo en que se le da una gran importancia a las relaciones y donde las apariencias van sustituyendo el verdadero rostro de las personas.
Pero precisamente a ello nos invita Jesús: si nos sabemos amados y protegidos por Dios, si ponemos en Él nuestra confianza, podremos prescindir de estas ambigüedades que nos ofrece la sociedad.
En ningún momento la invitación de Jesús es a despreocuparnos de nuestras obligaciones de trabajo, ni a abandonar nuestras responsabilidades como miembros de una familia y de una sociedad.
Pero nuestro esfuerzo lo debemos hacer con la seguridad y la responsabilidad que nos da el sabernos hijos de Dios y confiados en sus manos.
En estos tiempos de violencia quizás estamos muy preocupados por los que matan el cuerpo y con frecuencia se nos dan indicaciones de cómo prevenir un asalto, un secuestro, y a pesar de eso no nos sentimos seguros.
Pero, sin descuidar esto, también debemos temer y preocuparnos por esos otros “enemigos” que pueden matar el alma y que pueden llevarnos a la perdición.
Quizás por estar tan preocupados por las situaciones de violencia hemos ido descuidando esas normas fundamentales que hacen la base de una familia: el amor, la sinceridad, la ayuda… y hemos dejado entrar en la casa: la mentira, la hipocresía y el egoísmo.
Nos preocupamos de los que matan el cuerpo y dejamos que entren en casa los que matan el alma ¿Cómo podemos seguir las palabras que hoy nos ofrece Jesús?
Santa Teresa de Jesús
¿Cómo vivir en el conflicto?
Las tensiones que provoca una vida en medio de situaciones conflictivas e injustas nos produce una terrible ansiedad.
Hay quien llega a la angustia o bien opta por la indiferencia ante las situaciones más desordenadas.
Hoy Jesús nos muestra cómo vive Él ante el conflicto y cuál debería ser nuestra actitud.
A pesar de que está en la casa de un fariseo manifiesta abiertamente su posición frente a sus actitudes.
Podrá amar y buscar al pecador, pero también se siente con la plena libertad para denunciar públicamente aquello que está mal.
No disimula en ningún momento su desaprobación por la forma de actuar: hacen sepulcros a los profetas pero siguen ignorando sus mensajes.
Tienen sabiduría pero se la guardan para sí mismos e impiden que se haga accesible a las demás personas.
Sí, Jesús vive en medio de situaciones injustas pero no participa de ellas y busca los medios para poder superarlas.
La indiferencia o la apatía, es decir el pecado de omisión, también debe ser tenido muy en cuenta.
Muchos podremos decir que nosotros no estamos obrando mal, pero no hemos hecho lo que tendríamos que hacer para evitar que el mal se propague.
Frente a los últimos y terribles acontecimientos de masacres, de desaparecidos, de violencia, todos se lavan las manos, pero el no hacer nada también es delito.
El silencio, la queja escondida, la crítica estéril, no llevan a solucionar problemas.
Tendremos que participar activamente para superar lo que está mal.
Pero atención: Jesús en ningún momento utiliza ni provoca la violencia como solución a los conflictos.
La violencia genera más violencia.
Ante las situaciones difíciles que vivimos debemos apostar por ir construyendo desde lo pequeño, desde nuestro entorno, desde nuestras relaciones, un mundo más justo y equitativo, un mundo más veraz y fraterno.
No nos desalentemos, el Señor Jesús actúa con nosotros, camina con nosotros y nos manifestará el camino que nos lleva a la construcción de su Reino.
San Calixto
El reclamo que hace el doctor de la ley parece muy justo por las graves acusaciones que está dirigiendo Jesús contra los fariseos.
Pero este mismo reclamo nos viene a iluminar hasta qué punto se había perdido el verdadero sentido de la ley.
No es que los escribas, fariseos y doctores de la ley no supieran al dedillo los preceptos que había dado Yavé en el Antiguo Testamento, es que los habían desvirtuado de tal forma que ahora se podía vivir en el egoísmo, en la injusticia y “aparentar” vivir conforme a la ley.
Es grave que una persona mienta, es grave que una persona robe, pero mucho más grave es que para cometer estos delitos se escude en el cumplimiento de la ley y aparente que está siendo justo.
Esto ha sucedido en todos los tiempos.
Si examinamos las cárceles están llenas no tanto de los criminales más peligrosos, sino de quienes no tuvieron el dinero suficiente para comprar la ley, o que no supieron hacerse de amistades para disfrazar sus fraudes.
Esto es lo grave: se aparenta pero no se cumple.
Jesús en ningún momento está criticando ni intenta destruir la Torá que había sido dada como una enseñanza para el pueblo que debería parecerse a su Dios creador y liberador.
Lo que sí critica fuertemente Jesús es la hipocresía y manipulación de la ley, que se disfraza con un cumplimiento rigorista de las leyes secundarias y se escuda para violar los mandamientos fundamentales de amar a Dios y al prójimo.
Las “maldiciones” que profiere Jesús tienen este sentido de dolor y acusación ante quienes están deformando la ley que les dio Moisés y que son capaces de dar diezmos secundarios pero que se olvidan de la justicia, del amor al otro, de la compasión por quien sufre y de poner su vida delante de Dios.
¿Y nosotros?
¿También le reclamamos a Jesús porque al hablar así nos ofende?
¿Qué tan coherentes y honrados somos?
¿No es cierto que a veces nos fijamos en las cosas secundarias y no nos fijamos en el amor a Dios y en el amor al prójimo?
Siempre me he cuestionado por qué Jesús acepta invitaciones de los fariseos, convive con ellos, come con ellos, si siempre están observándolo, siempre están criticándolo y tratando de ponerlo en evidencia.
A mí me parece que Jesús nunca se da por vencido y siempre espera la conversión del pecador.
No creo que Jesús vaya a sus casas con la intención de ponerlos en evidencia.
San Lucas nos presenta con frecuencia esta forma de actuar de Jesús: esperar la conversión precisamente allí donde parece que no habría esperanza.
Así que otra vez encontramos a Jesús en la casa de uno de los fariseos y otra vez suscita la murmuración y la desaprobación por transgredir sus leyes.
¡A Jesús se le olvidó lavarse las manos!
¡Grave pecado!
Y no es que falte a las reglas de urbanidad o que no le importe la salud, sino que no lo hace de la forma ritual que lo establecen las costumbres.
Pero ante la murmuración y la crítica Cristo ofrece un planteamiento muy diferente: más allá de los rituales y los lavatorios está la limpieza del corazón.
Parece muy fácil decirlo pero también para nosotros resulta todo un reto dar más importancia al interior que al exterior.
Bastaría ver los escándalos que armamos por cualquier insignificancia para darnos cuenta que no estamos valorando debidamente lo que es más importante.
Más que limpiar vasos y platos en su exterior, Cristo propone un compartir de lo nuestro con los hermanos.
No nos dice que ofrezcamos una limosna de lo que nos sobra o de lo que ya no sirve; especifica muy claramente: “una limosna de lo que tienen”, esto una participación de lo que es nuestro.
No es dar las sobras para acallar la conciencia, es compartir lo nuestro para hacer la mesa común.
Así Jesús, nuevamente en torno a una mesa, nos presenta su sueño y lo hace ante los fariseos que han optado por los rituales más que por la vida.
Y es un cuestionamiento también para nosotros:
¿Cuál es nuestra actitud?
¿Qué nos dice a nosotros Jesús?
Todos hemos escuchado la historia del profeta Jonás llena de imágenes y simbolismos.
Hace algunos días unos niños me preguntaban que si un hombre puede vivir en el vientre de una ballena.
Mucho más allá de los simbolismos que utiliza este breve librito contiene un profundo significado: un Dios misericordioso que llama a la conversión y que está dispuesto a otorgar el perdón a un pueblo que muestra su corazón contrito.
Jonás se oponía a predicar la conversión y decide por su cuenta ir por otros lugares.
Pero los planes del Señor son ofrecer la salvación.
Finalmente Jonás, aunque obligado, predica la conversión y para su sorpresa se convierte en signo de salvación para aquel pueblo que con su rey y todos sus habitantes se entregan a la penitencia y a la conversión.
Jonás, profeta desconocido en Nínive, se había convertido en señal del perdón de Dios.
El reclamo de Jesús es que la generación que ahora lo escucha no es capaz de descubrir en Él el signo de la misericordia de Dios.
Ha predicado desde el inicio de su ministerio y ahora aquella generación sigue exigiendo signos y señales.
¿No nos pasará a nosotros algo semejante?
¿Cuánto caso hacemos a las llamadas de conversión que hemos escuchado del mismo Jesús?
Hay quien se atreve a pedir señales y signos que le “obliguen” a la conversión, pero ahí está la vida y la predicación de Jesús que nos habla del Padre Misericordioso, que nos ofrece las parábolas del perdón, que con imágenes y señales nos manifiesta que no ha venido a condenar al pecador sino a llamarlo a conversión y nosotros
¿seguiremos sordos?
¿Nos pasará lo mismo que aquella generación que Jesús llama perversa?
El Papa Francisco se ha empeñado en mostrarnos este rostro misericordioso de Dios y la necesidad de conversión.
Hoy es tiempo oportuno, hoy es tiempo de cambio, hoy es tiempo de entregar el corazón al Señor.
Banquete para todos
Al escuchar el canto del banquete de Isaías nos quedamos sorprendidos por la descripción fantasiosa de una reunión de todos los pueblos para participar del banquete ofrecido por el Señor en el monte de Sión. No solamente se presentan platillos suculentos y vinos exquisitos, sino se ofrece una verdadera paz, quitar el velo de muerte y arrancar el paño de dolor que cubre el rostro de los pueblos. ¿Solamente fantasías? Quizás los hombres nos hemos conformado con sueños mezquinos y hemos limitado las expectativas que Dios tiene al crear a la humanidad. Quizás estamos cegados por nuestros intereses individualistas que limitan la felicidad a cada uno de los hombres y se cierra el corazón a la participación de todas las gentes. El gran sueño y el gran ideal de Dios es este banquete en el que participen todos sus hijos, donde no haya distinciones, donde puedan quitarse el dolor y la muerte. Así nos lo ha señalado ahora el Papa Francisco en su encíclica “Fratelli Tutti”, recordándonos que todos somos hermanos. Sin embargo, el hombre con sus ambiciones y egoísmos, se cierra al plan de Dios y se abalanza sobre los bienes de la naturaleza arrebatando a sus hermanos lo que necesitan para comer y vivir dignamente. La condición que pone Isaías para que llegue este día de ensueño es reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros: “Aquí está nuestro Dios. Alegrémonos y gocemos con la salvación que nos trae”. Hoy la profecía de Isaías suena como un reto, como un desafío que nos impulsa a contribuir desde nuestra pequeñez a hacer realidad el proyecto de Dios. Entre más desequilibrio haya, entre más lejanos estemos de este proyecto, menos humanos seremos.
Los que se niegan
La parábola de San Mateo añade nuevos matices este bello sueño. Uno de los símbolos más usados por Jesús para expresar las características del Reino es el banquete y la fiesta, porque así es el evangelio: un mensaje de alegría, de fiesta y de vida. Pero la parábola presenta aspectos que a primera vista nos parecen excesivos y hasta chocan con nuestra mentalidad. Una invitación siempre deja la posibilidad de aceptarla o rechazarla, en la narración la negación provoca la ira del rey a tal grado que manda matar a los renuentes y quemar la ciudad. Por otra parte, quienes la rechazan se sienten tan ofendidos por la insistencia a la invitación que dan muerte a los mensajeros. Así, la construcción de un nuevo mundo donde todos tengamos la posibilidad de vivir como hermanos, con dignidad y respeto, no se puede tomar a la ligera como si sólo de una invitación cualquiera se tratara, sino que es la invitación que dará todo el sentido a nuestra propia vida y a la vida de la humanidad. Cada vez que el hombre separa de la mesa a su hermano, se hace menos humano y también lastima a toda la humanidad. Tan importante es este “banquete universal” que Cristo se hace hombre para hacer posible a todos los hermanos su participación plena. No podemos negarnos, ni tampoco negar la participación a otras personas. Torcemos el proyecto de Dios y desvirtuamos el sentido de la naturaleza y del hombre.
Cuestión de vida o muerte
Nos es difícil imaginar que un rey pueda mandar matar a sus invitados por no aceptar una invitación a la boda. Pero esa parábola encierra el gran proyecto de Dios y su verdadera alianza con los hombres. Este banquete significa la alianza entre el rey y sus vasallos y el compromiso de una ayuda y defensa mutua, y la negación no es sólo no querer asistir a un compromiso social, sino es negarse a esta mutua alianza que los une en la defensa de sus vidas. No podemos imaginar a Dios como un rey encolerizado porque los hombres no aceptan su invitación al banquete de la vida, pero sí entendemos claramente que quienes se niegan a participar con el rey y sus hermanos en este banquete y prefieren sus intereses personales ya sean sus campos o sus negocios, van sembrando muerte y destrucción. Esto lo podemos comprobar en todos los aspectos de la vida: siempre que alguien pone por encima su individualismo, provoca muerte y destrucción. Lo hemos visto en la destrucción y aniquilamiento que estamos haciendo de la madre tierra. Los intereses de unos cuantos pasan por encima del bienestar común. Claro que pueden argumentar miles de beneficios personales y que tienen derechos otorgados o ganados injustamente, pero siempre estarán sembrando muerte.
Banquete universal
La apertura de la invitación del rey a que todos participen de la salvación parecería inaudita al pueblo israelita, pero Dios Padre abre su invitación a todos los hombres y mujeres por igual sin ninguna discriminación. El Señor Jesús viene a darnos el verdadero sentido de universalidad de todos los bienes de la creación y del plan salvador de Dios. Toda discriminación, todo exclusivismo, todo acaparamiento, va en contra del verdadero plan de Dios que es Padre de todos. La alusión al traje de bodas que ocasiona la expulsión de uno de los nuevos invitados, ha tenido muchas explicaciones, desde la necesidad de la gracia para participar en la Eucaristía, hasta el sentido más comprometedor de una coherencia entre quienes participan en un banquete que debe ser para todos los hermanos y que no admite llevar el vestido del egoísmo y la ambición. Quien se aísla buscando su provecho individual rompe la armonía y acaba separándose del verdadero banquete. Esta imagen del banquete universal, tan querida por Jesús, nos deja inquietos y debemos responder con sinceridad:
¿Creemos posible un mundo donde todos seamos hermanos y a nadie le falte lo necesario para una vida digna?
¿Qué estamos haciendo para lograrlo?
¿Aceptamos nosotros la invitación de Jesús? ¿Estamos dispuestos a compartir con todos los hombres y mujeres el banquete de la vida?
Te pedimos, Señor, que tu gracia nos inspire y acompañe siempre, para que podamos descubrirte en todos y amarte y servirte en cada uno, compartiendo la mesa de la vida, de los bienes, del Pan y de tu Palabra.
Amén.
El Papa Francisco en su Exhortación “La Alegría del Evangelio”, recoge una bella tradición y nos presenta a María como modelo de escucha, de aceptación y de discípula misionera.
San Lucas a lo largo de todo su evangelio la da una importancia capital a la Palabra y a la fuerza que ella tiene.
Desde el inicio de su evangelio al presentarse Jesús en la sinagoga se manifiesta como quien es evangelizador y anunciador de Buena Nueva.
Y después en la continuación del Evangelio a través del libro de los Hechos de los Apóstoles, se manifiesta cómo la Palabra va recorriendo el camino, una palabra que debe no solamente ser escuchada, sino meditada y puesta en práctica.
También desde el inicio de su evangelio ha presentado a María como la discípula atenta y obediente a la Palabra de Dios, desde la anunciación con su “fiat”, hágase en mí según tu palabra, hasta el cumplimiento al pie de la cruz como discípula fiel que se mantiene firme en el cumplimiento de la palabra a pesar de todos los fracasos y de todas las dificultades.
Así, el pasaje de este día, encierra una gran alabanza a la mujer que ya merecía todo por ser madre del Salvador, pero que se hace más digna de alabanza por ser la primera en escuchar y vivir la palabra.
Gran enseñanza para todos nosotros sus hijos, discípulos de Jesús.
Escuchar la palabra requiere una preparación que nos lleve a disponer el corazón y los oídos para dejar penetrar la palabra.
No podemos acercarnos a la Escritura solamente con los ojos del científico que busca la sabiduría del mundo, sino que debemos acercarnos a la Escritura, como el enamorado que espera descubrir rastros del amado en todas las líneas.
Dios nos habla a través de su palabra pero debemos hacer nuestras y actuales las palabras y no dejarlas como si fueran dichas sólo para aquellos tiempos.
San Lucas hace muy actuales y concretas las palabras de Jesús para su tiempo y nosotros las debemos hacer actuales para nuestro tiempo y situaciones.
¿Qué me dice hoy la palabra de Dios en medio de las situaciones tan crueles y difíciles que estamos viviendo?
¿Tiene sentido escuchar la Palabra de Dios?
Si respondemos con toda sinceridad y buscando llevarla a la práctica, la Palabra de Dios se convierte en luz que ilumina nuestros pasos en estos tiempos de incertidumbre.
Hagámosle caso este día a la palabra que el Señor nos regala y pongámosla en práctica que ella será luz para nuestros pasos.
Santos Dionisio y compañeros.
San Juan Leonardi
A quien actúa en nombre de Dios con frecuencia le acontece lo mismo que a Jesús: no es bien comprendido.
Ya decía un escritor que si hablaba de pobreza y de lucha contra injusticia, todo mundo le aplaudía; pero si se juntaba con los pobres y exigía un pago justo para los asalariados, lo llamaban comunista.
Así le ha pasado también con algunas personas a nuestro querido Papa Francisco, pero son consecuencias de vivir el Evangelio.
Jesús supo del conflicto, vivió el conflicto sobre todo porque estuvo cerca de quienes sufrían y eran considerados pecadores.
Pocos reclamarían a Jesús que hablara contra el demonio, como en aquel tiempo se entendía, pero que hiciera milagros en que se expulsara al demonio, casi nadie podía entenderlo.
Y lo que le reclaman a Jesús no es tanto el que haga estas expulsiones, sino que le cuestionan la raíz de su poder.
Siempre descalificando a Jesús, siempre cuestionando sus milagros, sus opositores esperan ganar algo o que no sea cuestionada su autoridad.
Sin embargo, Jesús habla claramente que estos son signos de que el Reino ha llegado, que es más fuerte que el mal y que es señal clara del poder de Dios.
Esta es la misma señal en nuestros días: debemos desterrar todo lo que pertenece al demonio.
Quizás no nos guste mucho decir que son cosas del demonio, pero miremos y seamos sinceros al reconocer que toda injusticia, mentira y corrupción son tentaciones y obras del demonio.
Quizás no las llamemos con este nombre, pero es una realidad que mientras existan estas desviaciones que oscurecen el Reino no podremos decir que Dios está actuando en medio de nosotros.
La solidaridad de Cristo con todos los hombres logra la expulsión de los demonios.
Al hombre en pecado lo rescata y le devuelve nueva vida.
Cuidemos esta vida y no nos enredemos en las patrañas del maligno que, ante la renovación y pureza que nos da Cristo, nos invita a regresar a casa solamente para caer en situaciones peores que las de antes.
Atención: Cristo trae la salvación, cuidemos hacerla nuestra y mantenernos firmes en su presencia.
Nuestra Señora del Rosario
Pensemos bien en lo que Jesús nos dice en este pasaje: nos propone la oración de petición y una oración insistente.
Hay quien afirma que Dios ya conoce todas nuestras necesidades entonces ¿para qué pedir tanto?
Cuando una persona ama mucho a otra, a todas horas está pensando en ella; al contemplar los paisajes o nuevos horizontes, inmediatamente los relaciona con la persona amada; al vivir situaciones comprometidas o alegres, se siente la necesidad de compartirlas con aquella persona…
¿Cómo no hacerlo con Dios?
Si además nos sabemos tan pobres y necesitados, nos acercaremos con confianza plena a quien puede ayudarnos.
El evangelio de este día nos pone de cara a la necesidad de perseverar en la oración porque tomamos conciencia de su misericordia y de nuestra necesidad.
Orar es entrar en diálogo y comunicación con Dios que es Trino y Uno.
Lo hacemos a nuestra manera muy humana por medio de la Palabra de Dios en la Escritura, por medio de la naturaleza, por la alabanza, a través de nuestras circunstancias y limitaciones… pero siempre sabiéndonos en sus manos amorosas.
Y como dice el mismo Jesús, siempre de la mano del Espíritu, porque si no estamos dispuestos corremos el riesgo de que la oración se convierta sólo en monólogo.
Dios otorga los dones del Espíritu, la valentía, la fortaleza, el testimonio, la capacidad de servicio y la perseverancia para proclamar su Reino.
¿Por qué nos cansamos de hacer oración?
¿Cuánto tiempo dedicamos hablar con Dios durante el día?
No es cierto que no tengamos tiempo, Él va siempre con nosotros y a todas horas podemos dirigirnos a Él, así que no nos quitará el tiempo.
Simplemente bastará con hacernos conscientes de esa presencia y hablar con Él, a toda hora, en toda ocasión.
Lo dice el mismo Jesús.
Que hoy nuestra oración tenga ese sentido de confianza sin límites en nuestro Padre Dios.
Nuestra Señora del Rosario
Los evangelistas no hacen una crónica de la vida de Jesús ni tampoco una historia en el sentido riguroso de la palabra, pero nos muestran sus actitudes fundamentales y sus elecciones radicales a favor del Reino.
Un hombre que tiene solamente unos cuantos años para cumplir la misión encomendada por su Padre, que está rodeado por las multitudes, que tiene que llevar la Buena Nueva a todas las gentes, y sin embargo un hombre de oración que gasta mucho tiempo en estar en diálogo amoroso con su Padre.
Con qué razón sus discípulos le piden que les enseñe a orar como Juan enseñó a sus discípulos.
Y es curioso que Jesús no hace una cátedra de oración, sino simplemente se pone a hacer la más bella oración que encierra todas las cualidades que debe tener nuestra plegaria.
Inicia con la plena aceptación de reconocernos como hijos de un Padre, un Padre que nos ama y nos ha creado, un Padre en cuyas manos estamos, un Padre que no es sólo mío sino también de mis hermanos.
Si repitiéramos cada día y muchas veces al día esta sencilla verdad: “Padre Nuestro”, con todo lo que encierra, ya estaríamos dándole mucho sentido a nuestra oración.
Aunque San Lucas nos presenta una fórmula más reducida del Padre Nuestro, encierra todas las necesidades y las actitudes que debemos tener al hacer oración.
Al santificar su nombre lo alabamos como Creador y liberador y nos comprometemos a asemejarnos a Él, siendo co-creadores y liberadores cada día.
Nos manifestamos humildemente como dispuestos a recibir su Reino con todo lo que ello implica en pensamientos y acciones que nos lleven a hacerlo realidad.
El pan necesario para el sustento lo entendemos como “nuestro” y asumimos que compartiremos la mesa común con los hermanos.
La base de nuestras relaciones serán el reconocernos necesitados de perdón y dispuestos a otorgar el perdón a quienes nos hayan ofendido.
Finalmente al pedir que nos libre de la tentación reconocemos nuestra debilidad y nos proponemos nosotros mismos no ponernos en ocasión de pecado.
Bella oración que tenemos que renovar y actualizar.
Hoy, al recordar a Nuestra Señora del Rosario, al rezarlo, imaginémonos junto a Cristo y que Él comienza a decir cada “padre nuestro” como una enseñanza para nosotros ¿Qué nos hace sentir?
Escuchemos y sintamos a Jesús que comienza su oración: “Padre nuestro…”
San Bruno
Con frecuencia imaginamos a Jesús como alguien distante y ajeno a las vicisitudes diarias de las familias, a los quehaceres domésticos, a la confianza con los amigos.
San Lucas se empeña en mostrarnos este rostro amable y cercano de Jesús, en especial en su trato con las mujeres, tan discriminadas en su tiempo.
Quizás se ha insistido mucho en este pasaje haciéndolo parecer como una comparación entre la vida activa o apostólica y la vida contemplativa o de oración, resaltando el valor de esta última.
Si miramos con detenimiento el pasaje encontraremos verdades más profundas que tienen validez para todo discípulo y que nos urgen a una recepción abierta de Jesús.
Marta abre su casa y dejar entrar a Jesús.
Valiente actitud tanto de Marta como de Jesús en aquella sociedad que se escandalizaba porque un maestro enseñara a una mujer.
Rompen los dos con los esquemas de una sociedad que discriminaba y minusvaloraba a la mujer.
Marta abre su casa pero después “se afanaba en diversos quehaceres”.
Ha dejado entrar a Jesús, sin embargo tiene preocupaciones en su corazón que la hacen mirar con turbación y ansiedad su entorno.
La presencia de Jesús ha pasado a segundo plano para ocuparse de “otras cosas”.
María, por su parte escucha sentada a los pies del Señor.
Es la actitud de quien da toda la importancia a la Palabra.
No es contraposición de dos estilos de vida en el seguimiento de Jesús, sino la exigencia fundamental para cualquier estilo de vida.
Quien sólo escucha y no pone en práctica está tan lejos del Reino como quien se afana en mil quehaceres y no busca el Reino.
Hoy el mundo nos lanza a un ambiente de dispersión y de relativismo.
Necesitamos darle la importancia a la Palabra de Jesús y buscar llevarla a la práctica.
Muchas cosas pueden interesarnos pero sin descuidar la fundamental: la plenitud de vida que nos trae Jesús.
¿Qué es lo que más inquieta nuestro corazón?
¿Qué lugar e importancia le damos a la Palabra y al Reino de Dios?
¿Cómo estamos haciendo presente en nuestro ambiente esa vida plena que nos ofrece Jesús?
Desde los inicios de la Biblia hasta el final, parece resonar la pregunta que el doctor de la ley le hace a Jesús: ¿Quién es mi prójimo?
Estamos dispuestos a amar a Dios y a buscarlo en su santuario, estamos dispuestos a dar alguna ayuda a quien nos lo solicita, pero no estamos dispuestos a reconocer a todo hombre como nuestro prójimo, como nuestro hermano.
Ya Caín, después de cometer el fratricidio, busca justificaciones al negar los lazos con quien ha sido su víctima: ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?
Y es la gran tragedia de todos los tiempos, vivir como en solitario, en egoísmo y no atrevernos a amar a los cercanos porque el amor compromete, une y nos relaciona estrechamente con los otros.
La parábola del buen samaritano rompe con los esquemas del pueblo judío, y también muy claramente con los nuestros, al manifestar que la misericordia con el necesitado no está precisamente en quienes se ostentan como cuidadores de la humanidad, de la religión o de la ley.
Es más fácil que se presente en quienes han sufrido y se sienten despreciados por una sociedad, que en aquellos que se sienten llenos y seguros ya sea en la autoridad o en la religiosidad.
Todos los personajes que se encuentran en torno al herido podrían reflejar los diferentes personajes que interpretamos en nuestra sociedad.
Quizás seamos ladrones que miramos sólo nuestra necesidad, que golpeamos y herimos con tal de conseguir nuestra ambición y que dejamos tirado al hermano a la orilla del camino.
Otras veces tomaremos la forma de sacerdotes y personas religiosas que nos llenamos de cantos y alabanzas, pero que no somos capaces de comprometernos en serio con quien está desamparado.
Otros quizás tememos a las leyes y a la buena fama que nos impiden caminar al lado del despreciado.
También algunos aparecemos como posaderos que estamos dispuestos a hacer el bien, siempre que nos reporte algún ingreso para nuestro provecho.
Y el samaritano rompe todos los esquemas.
Precisamente el que parecía más despreciado es quien nos viene a enseñar cómo todos los hombres, sin distinción de razas, de lenguas o de posiciones, son nuestros hermanos.
Y se compromete en serio curándolo, cargándolo, empeñando su palabra y hasta ofreciendo su patrimonio.
¿Seremos capaces de hacer lo mismo?
Locura de Amor
Un amante loco
Hoy Isaías y San Lucas ponen ante nuestros ojos una de las grandes imágenes de la Biblia: la vid. Pero muy unida a esta imagen está la realidad del amor de Dios que se encarna en todas las realidades de la existencia humana y que permea todas sus acciones. Es cierto, como dicen, que el canto de la viña es una canción común en las culturas campesinas, donde se entonan sentidas coplas entremezclando las tristezas y alegrías que produce el trabajo, y que es difícil distinguir cuando dejan de hablar de la milpa o la viña para ponerse a hablar de la mujer amada. Detrás del canto campesino no es difícil descubrir la revelación de un amante que canta y cuenta su fracaso amoroso entremezclando las íntimas demostraciones hasta confundir el lenguaje campirano con el usado en las relaciones amorosas, y aun sexuales, entre esposo y esposa. ¿En qué momento se convierte esta imagen en la historia del amor de Dios por Israel, el pueblo que Él eligió? El mismo canto se plantea el fracaso del Señor con su pueblo, pero se descubre sólo al final siendo realmente la intención del canto.
Los viñadores homicidas
Más dura y más grave se propone la parábola de los viñadores homicidas. A la propuesta de un amor que supera las infidelidades, que obstinado se ofrece una y otra vez buscando renovar los perdidos delirios del amor inicial, aparece la dura realidad de rechazo, de creciente violencia hasta terminar en la barbarie del asesinato del hijo y heredero único. ¿Será una exageración esta narración tan violenta donde por una viña se golpea, se apedrea y se termina por asesinar al heredero? Suena triste, pero nuestra realidad va mucho más allá: se asesina por unos cuantos pesos, se mata por ambición de poder, y se secuestra y se mutila simplemente porque se le antoja al malhechor o porque se ha sentido ofendido por una mirada. Se ha perdido toda la dimensión de una viña, de una vida, que nos ofrece Dios por amor y para el amor, y se ahogan todos los esfuerzos. Se hace realidad el reclamo de amor del amante: “Esperaba de ellos justicia, y hay iniquidad; honradez, y hay alaridos”. Nuestra patria se llena de luto y de llanto por tantas injusticias de criminales y de autoridades coludidas en una guerra sin sentido y sin fin, en un afán de manifestación de poderes y de venganzas, y las pobres víctimas, silenciosas e impotentes, permanecen en el anonimato y en el olvido. ¡Cómo se hace realidad esta parábola tan trágica que nos narra el mismo Jesús!
Autoridades corruptas
En la parábola hay dos aspectos que no podemos dejar de lado: el primero es que tiene una muy clara dedicatoria: “Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo”, está dirigida a los jefes y representantes del pueblo, tanto de aquel tiempo como de éste, y presenta una clara acusación contra los responsables que no han entregado frutos de justicia y rectitud. Toda persona que ostente algún grado de autoridad también tendrá algún grado de responsabilidad en esta situación tan deplorable. Mientras más grande sea la autoridad, más grave la responsabilidad. No podremos actuar con indiferencia, pasividad o temor pues está de por medio la justicia y la vida de los desprotegidos. Basta ya de echar culpas a los otros, es tiempo de que cada quien asuma con dignidad y valentía su papel, pues está de por medio no sólo la seguridad personal, sino el riesgo de perder la viña amada del Señor, por la que ha suspirado, por la que ha dado la vida. Quien asesina a una persona está asesinando a un Cristo vivo, pero también quien debiendo proteger al indefenso no lo hace, se convierte en cómplice de asesinato. Todos tenemos responsabilidad en la triste y difícil situación que estamos afrontando y también, desde Jesús, todos tenemos que aportar nuevas luces que nos lleven a salir de estas oscuridades.
Un amante loco
El segundo aspecto será descubrir cómo la parábola encierra en si misma un poema del amor esponsal maravilloso de Dios por su pueblo y por cada uno de nosotros. Dios es el viñador y su pueblo la viña a la que canta sus coplas de amor. Nos canta una historia de amor personal: Dios ama a su pueblo; Dios tiene un amor personalizado para cada uno de nosotros, su viña. Dios se ha enamorado de mí y toda mi vida es una historia de amor. Dios es el amante loco que suspira por la respuesta amorosa de su amada. Hoy todos los acontecimientos me hablan y, si estoy atento, me cantarán y me contarán una preciosa historia de amor. Dios se ha dejado llevar por la locura de su amor hacia mí. La naturaleza, el amanecer, la lluvia, los sonidos, una oscura noche, me traen en su rumor algo que me suena y resuena en el corazón: “Dios me ama”. Si miro mi propia vida, cada instante, cada rincón, me dirá cómo me ha cuidado y amado el Señor. Aun en los momentos en que me sentí más solitario y abandonado, allí estaba cobijándome con su amor, hasta enviar a su propio hijo, Palabra de Amor. ¿Cómo respondo yo a esta llamada de amor?
Un juicio irremediable
Finalmente salta a nuestra vista el impresionante final: la muerte del Hijo, el reconocimiento de la piedra angular, y el juicio a las autoridades. Todo nos lleva irremediablemente a una toma de conciencia y de responsabilidad frente al proyecto del Padre. Tenemos que abrir los ojos, la mente y el corazón, y comprometernos a defender y a luchar por la viña, la humanidad y nuestra propia comunidad. Nuestra esperanza se basa en la seguridad que tenemos de que Dios va haciendo su proyecto. Tenemos confianza en el Reino de Dios y en las utopías. Creemos en el Evangelio, buena nueva, y estamos seguros de poder construir una viña donde no haya gritos de dolor ni de miseria, donde se encuentren frutos de justicia, de paz y reconciliación. El amor que Dios tiene a su viña, el amor que Dios me tiene a mí personalmente, nos lanza a esta aventura de cuidar y responsabilizarnos de la comunidad y del mundo que habitamos. Es problema de todos, pero también es problema mío. ¿Qué frutos estamos dando nosotros? ¿Cómo cuidamos del pueblo, la viña amada del Señor?
Padre Bueno, que nos concedes siempre más de lo que merecemos y deseamos, que en tu locura de Amor envías a tu hijo en busca de buenos frutos, perdona misericordiosamente nuestras ofensas y otórganos tu luz para corresponder a tu amor con nuestro amor.
Amén.
¡Qué alegría expresan los discípulos al retorno de su misión!
Atrás han quedado los momentos de inseguridad y hasta de coraje porque no los aceptaban.
Sorprende su admiración porque “hasta los demonios se nos someten en tu nombre”.
Y las mismas palabras de Jesús hacen un recuento de los prodigios realizados.
¿Tendrán validez estas palabras para nuestros días?
No esperemos andar haciendo exorcismos o expulsar demonios de gente poseída.
La misión del discípulo esta muy clara: crear una vida verdaderamente humana para todos los hombres, construir un mundo nuevo.
Claro que para esto se requiere quitar toda esclavitud a que se someta a la humanidad.
Los demonios del poder y de la ambición siguen sometiendo a los más pequeños y débiles y es necesario denunciar con fuerza y sin temores todas estas esclavitudes.
Pero no basta la denuncia, hay que expulsar de nuestras estructuras todas estas esclavitudes malignas que a diario nos aprisionan.
Hay que hacer caer a Satanás bajo cualquier forma que se nos presente por más atractiva y prometedora que pueda ser.
Debemos luchar contra los demonios de la discriminación, de la violencia y de la injusticia.
Y el único camino es el que nos presenta Jesús reconociendo que se puede construir sólo asumiendo la sabiduría de los pequeños, la grandeza de los sencillos y el poder de los humildes.
Claro que es trastocar todas las estructuras injustas que someten a nuestros pueblos y naciones, pero mientras sigan rigiendo las leyes del dinero y del poder, seguiremos sometidos al poder del maligno.
Hoy tenemos un gran reto porque la pandemia nos ha cerrado muchas puertas y nos ha limitado muchas actuaciones, pero también nos abre nuevos horizontes y se presentan nuevas necesidades y urgencias donde se debe hacer presente el Evangelio.
Gracias, Padre, porque en este mundo de injusticias, sigues suscitando hombres y mujeres de corazón grande, capaces de dar sin esperar recompensa.
Gracias, Padre, porque hay muchas personas generosas que abren sus manos para levantar al necesitado.
Gracias, Padre, porque hay discípulos de Jesús que entienden que se puede construir un mundo nuevo donde reine el amor, el servicio y la paz.
Santos Ángeles Custodios
Hoy celebramos una fiesta que nos ayuda a recordar el cuidado bondadoso que Dios tiene de todos los hombres: es la fiesta de los santos Ángeles Custodios.
Todos recordamos las oraciones que hacíamos de niños a nuestro ángel de la guarda.
Los evangelios hablan frecuentemente de los ángeles.
En particular acabamos de escuchar esta afirmación de Jesús en defensa de los niños porque sus “ángeles ven continuamente el rostro de mi Padre”.
En los ángeles encontramos personificada la providencia amorosa que Dios tiene de cada uno de nosotros.
En los últimos tiempos se ha puesto de moda una devoción extraña a los ángeles.
Se les mira y se les trata no como seres que dependen de Dios, sino como verdaderos talismanes, o seres que actúan independientes de Dios.
Se les compra con oraciones y ritos extraños.
Se tiene un ángel para cada necesidad.
Así lo que era una devoción que nos acercaba al verdadero Dios y nos recordaba sus virtudes, hoy se ha tornado en un alejamiento de Dios y un culto que no lleva al amor y al entendimiento de los hermanos, sino a una especie de idolatría.
Hoy debemos retornar a la verdadera devoción que nos lleva a sentir y a vivir el verdadero cuidado que Dios tiene de nosotros.
No podemos tener fe en unos seres como si fueran amuletos para evitar los males y las enfermedades, para cambiar a nuestro arbitrio la libertad y el destino de los hombres.
La devoción a los Santos Ángeles de la Guarda nos llevará a una verdadera confianza en el Dios que nos acompaña diariamente en nuestro caminar, que guía nuestros pasos y que nos da la responsabilidad en el cuidado de nuestro mundo.
En particular el texto de hoy nos insiste en esa dignidad y aprecio que debemos tener por el cuidado de los niños que en nuestro mundo se ven tan amenazados en todos los sentidos.
Desde la pornografía y la trata de niños y niñas, hasta su educación, diaria responsabilidad que los padres han dejado en manos ajenas.
Que nuestra oración nos lleve a un verdadero compromiso y cuidado de los pequeños.
Nuestra oración al Ángel de la guarda despierte en nosotros el reconocimiento al Dios que nos ama y no cuida.
Santa Teresa del Niño Jesús
Ayer con gusto celebrábamos la fiesta de San Jerónimo y de la Biblia.
Gracias a Dios en los últimos años se ha aumentado considerablemente la estima por la Sagrada Escritura y se multiplican los cursos tanto de conocimientos como de oración con la Biblia.
La Lectio Divina ha suscitado un creciente deseo de hacer oración con este método que nos acerca a la Palabra de Dios.
Hoy las lecturas nos ayudan a acercarnos a esta Palabra de Dios: tanto la lectura del libro de Job como el envío que leemos en el pasaje de San Lucas dan gran importancia al mensaje del Señor y a la necesidad de vivir confiados en su Palabra.
Job, a pesar de todas sus dificultades y problemas, a pesar de los ataques de sus más cercanos, confía más en la Palabra del Señor y exclama fuertemente: “Yo sé bien que mi defensor vive y que al final se levantará a favor del humillado”.
Es la seguridad en la palabra del Señor.
Mientras en el evangelio los discípulos son enviados a preparar el camino al Señor, a anunciar la cercanía del Reino, con las condiciones que les impone Jesús para hacer creíble su testimonio: ir de dos en dos (es decir en comunidad), con la confianza en la Palabra del Señor (no llevar nada de ataduras), ofreciendo a todas las gentes el don de la paz y la salud.
La misión de anunciar el Reino es una tarea de todos y hoy todos los cristianos debemos incrementar el acercamiento a la Palabra de Dios para después poder anunciarla.
Cuando dejamos que la Palabra penetre en nuestros corazones, transforma nuestras vidas y nuestras estructuras.
La dificultad estriba en que a veces nos acercamos a la Escritura no para escucharla sino para utilizarla, no para dejarnos tocar, sino para trastocar su significado.
Abramos nuestro corazón a la Palabra de Dios que ella nos transformará, iluminará y dará nueva vida.
La Palabra que encuentra un corazón dispuesto nunca queda sin dar fruto, el fruto de la paz interior.