Marcos 1,1

04/10/2022
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Pbro. Ignacio Mendoza Wong



EL TÍTULO DE LA OBRA

1 “Orígenes de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios”

En la expresión “la buena noticia”, el artículo, al darla por conocida, remite a la experiencia del evangelista y de sus lectores. El apelativo “buena”, muestra que la noticia afecta el presente de los lectores, quienes experimentan sus gozosos efectos. En relación con esta realidad presente, los “orígenes” se sitúan en el pasado.

Marcos no pretende, por tanto, comunicar la buena noticia a su comunidad, que ya la conoce por experiencia, sino narrar los acontecimientos que dieron origen a la realidad que viven sus lectores[1].

Por otra parte, esta buena noticia está en relación con la persona de Jesús. La predicación de Juan Bautista, que abre el relato de Marcos, es sólo una preparación para ella.

El término griego traducido por “orígenes” tiene, en este contexto, un sentido temporal y causal. La obra de Jesús ha sido principio y causa de la experiencia presente de la buena noticia del reinado de Dios (1,14-15). Los orígenes, abarcan por tanto, el período de la vida pública de Jesús, que culmina con su muerte-resurrección. Desde entonces, la buena noticia empieza a hacerse realidad para el mundo entero.

El título no se refiere, pues, a la introducción que sigue, sino a la narración de los hechos que dieron origen a la buena noticia, es decir, globalmente a toda la obra de Marcos.

La expresión inicial “orígenes de la buena noticia” indica que ésta no tenía precedentes. Marcos va a relatar hechos completamente nuevos que emergieron dentro de la sucesión histórica. La buena noticia es el evangelio, pero este término no designa la obra de Marcos[2]. La buena noticia es la obra salvadora de Jesús para el individuo y para la sociedad humana, el reinado de Dios (1,45), aunque al mismo tiempo, es la persona de Jesús mismo, que establece ese reinado. Los orígenes de la buena noticia están, por lo tanto, en la misma persona, mensaje y actividad de Jesús.

Precisamente porque la buena noticia sigue presente, Marcos, puede contar sus orígenes, pero no su conclusión[3]. De hecho, el final literario de los evangelios no es nunca una conclusión temática, sino la apertura de una nueva etapa, la de la transmisión del mensaje (Marcos 17,17; Mt. 28,19; Lc. 24,46-49; Jn. 20,21).

Jesús será el personaje principal del relato evangélico. Él ocupará el primer plano de la narración a partir de 1,9, cuando se verifica su llegada, anunciada antes por el precursor. Las perícopas 1,2-5. 6-8 describen una preparación a su actividad.

A Jesús se aplican dos títulos complementarios: Mesías, que es un título judío (8,29 y 14,61) e Hijo de Dios que es un título universal (3,11; 5,7; 14,61; 15,39).

El Mesías”, término hebreo que significa “ungido” designaba en el judaísmo al futuro rey o líder que Dios habría de enviar para salvar al pueblo.

Reduciendo las ideas, preponderantes en aquel tiempo a un mínimo de elementos comunes, puede decirse que, para el judaísmo, la llegada del Mesías habría de producir un cambio radical en la historia de Israel. Lo libraría del yugo extranjero y comenzaría el reinado de la justicia, de la prosperidad, de la fidelidad a Dios, con la purificación de las antiguas instituciones. Bajo su reinado, Israel sería el centro del mundo, y el resto de las naciones le estarían sometidas (Sal. 2,8-9).

En Marcos 1,1, el título “Mesías” no lleva artículo. Según el modo de hablar del judaísmo, debería decirse “el Mesías”, dado que se trataba de una figura única y bien conocida. La determinación habría remitido al concepto de Mesías guerrero, objeto de la expectación popular.  Al omitir el artículo, Marcos, indica que Jesús no es “el Mesías” en el sentido admitido por la tradición judía; es un “Mesías” diferente.

Al mismo tiempo, la indeterminación de “Mesías/Ungido” insinúa que otros pueden participar de su unción. De hecho, si la de Jesús se hace con el Espíritu (1,10), Él va a comunicar ese Espíritu a los hombres (1,8: “Él los bautizará con Espíritu Santo”).

El título Mesías (rey consagrado por Dios) deja claro que la obra salvadora de Jesús no va a ceñirse a la esfera individual, sino que afectará directamente la esfera social.

Hijo de Dios” se decía del rey ungido establecido por Dios y, más en general, de los que ejercían autoridad en nombre de Dios (Sal. 82,6). Pero este título se aplicaba por antonomasia al Mesías, expresando su elección y misión divinas (Marcos 14,61), sin embargo, se encuentra también en boca de no judíos (Marcos 3,11; 5,7; 15,39). Así como el título “Mesías” pertenecía exclusivamente a la tradición de Israel, el de “Hijo de Dios” era común a judíos y paganos.

Tampoco “Hijo de Dios” lleva el artículo determinado. Esta denominación designa primariamente a Jesús, pero no exclusivamente. La calidad de “hijo” se extenderá a todos sus seguidores (11,25).

El doble título describe la realidad de Jesús como salvador, por oposición al de Mesías que Él rechaza (12,35). Según la concepción semítica, “hijo” no denota simplemente el hecho de haber sido engendrado por un padre, sino, ante todo, la semejanza con Él, en el ser y en el obrar. El hijo tiene por modelo a su padre y se comporta como Él. Por tanto, el modelo de Jesús no es David, rey guerrero, sino Dios mismo. La salvación que Él trae no seguirá la línea de la violencia, sino la del Espíritu de Dios.

No va a ser un Segundo David, sino la presencia de Dios entre los hombres y el realizador de la obra de Dios. La oposición entre Hijo de Dios e Hijo de David es una de las claves de lectura del evangelio.

El título de la obra de Marcos y, en particular, la expresión “Mesías” insinúan que lo que se va a relatar cumple una expectativa: la historia de Israel estaba incompleta, esperaba un término que ahora llega. Existe, pues, cierta continuidad entre el Antiguo Testamento y la Buena Noticia de Jesús, Mesías. Sin embargo, el comienzo absoluto indicado por el término “orígenes” señala a su vez que el cumplimiento no va a ajustarse a las expectativas que el pueblo de Israel tenía.

Resumiendo podemos decir que, colocado en su momento histórico, el título de la obra indica en primer lugar que Marcos, va a responder a una legítima curiosidad: ¿Cómo se originó esta realidad que vivimos hoy, y que conocemos como “la buena noticia”, y que está siendo experimentada por él y por sus lectores.

Marcos anuncia un relato de los orígenes y de hecho así se presenta este evangelio. Va a exponer cómo el Mesías llevó a cabo su obra, cuyos efectos están presentes. Sin embargo, los aspectos polémicos que se irán descubriendo a lo largo del evangelio demuestran que el autor se propone también salir al paso de determinadas interpretaciones de la persona y actividad de Jesús, que él considera ilegítimas.

La Buena noticia tiene dos vertientes: la el contenido (noticia) y la de la experiencia (Buena). Marcos, puede exponer la primera, pero no la segunda. Es decir, puede proponer el mensaje de Jesús con validez para todo tiempo, pero la experiencia de la Buena Noticia por parte de cada individuo, depende además de la aceptación del mensaje. El evangelio lleva así, a la comunidad ya constituida, a profundizar en su experiencia de Jesús. Para los que se acercan es una invitación a participar de ella.

El mensaje contenido en la noticia no es puramente conceptual, se encarna en la persona misma de Jesús y exige relación con Él. Su vida y su muerte son modelos, instancia crítica permanentemente para sus seguidores. Por eso, la descripción de los orígenes tiene un valor perenne para las comunidades cristianas y, por la misma razón, es insustituible. No basta aceptar lo que otros dicen de Jesús, hay que volver siempre a Jesús mismo.




[1] Esto confirma la finalidad catequética del evangelio, que no pretende exponer directamente el mensaje de Jesús a los que no lo conocen, sino servir para la formación de la comunidad de los cristianos neófitos.

[2] Sólo a partir del Siglo II DC se les da el nombre de evangelios a estos escritos.

[3] El término ARKHÉ esconde un pensamiento teológico: el reino de Dios no ha sido establecido de golpe en su totalidad y perfección; el Mesías no ha aparecido como un relámpago que súbita y definitivamente lo transforma todo. Con este término, Marcos, disipa la ilusión de la llegada inmediata de un reino perfectamente constituido; éste requiere un desarrollo lento y progresivo.



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